En muchos aspectos vamos para atrás como los cangrejos. Recuerdo que
hace ya años, cuando aún no había Universidad en Cáceres, algunos grupos de
universitarios que estudiaban fuera aprovechaban la vuelta de las vacaciones
para montar algunos actos populares y culturales y de este modo entretener el
paso de la canícula.
Ocurría que en aquel entonces no contábamos con la infraestructura
necesaria para hacer este tipo de cosas, pero se contaba con una gran voluntad
para organizar cosas de todo tipo en las que se lograba la participación del
pueblo quizás porque se contaba con el entorno preciso.
Por citar algunas de estas actividades me referiré a las que Fernando Turégano,
con un grupo de gentes jóvenes de aquel entonces —yo no sé si dentro o fuera
del TEU, que esto es lo que menos importa— nos ofrecieron, dándonos unas series
de bien montado teatro leído, que concentraban en las noches de verano a una
gran cantidad de cacereños en los jardines de la Ciudad Deportiva Sindical y
aun en los entornos de aquellas piscinas, donde estas actividades tenían el
adecuado marco y en la que sobre todo las gentes iban a tomar el fresco y ver
teatro de paso o al revés: ver y oír teatro al par que se tomaba el fresco.
Dentro de actividades similares recuerdo también el teatro no ya
leído, sino representado, que algún otro grupo nos ofrecía en ese mismo marco o
sitio similar y que dirigía Gabriel Rosado, que a la sazón era profesor en una
universidad de Dinamarca y aprovechaba las vacaciones de verano para montar
obras teatrales que fueron novedad y que formaron a muchos dentro de un teatro por aquí desconocido como era el de
Beltor Brecht, entre cuyas obras causó oleadas de crítica a favor o en contra
la de “Esperando a Godot”.
Entonces no teníamos nada, sino una serie de gente joven con
inquietudes y buena voluntad que aprovechaban las vacaciones veraniegas para
ofrecer verdaderas actividades culturales.
Ahora tenemos grupos establecidos que más bien son escasísimos en sus
actividades cara al pueblo, aunque se pasen todo el año en ensayos internos de
laboratorio. Y sobre todo tenemos lugares que se hicieron para representaciones
de este tipo y que una vez hechos se abandonaron aún sin utilizarlos o
utilizándolos en escasísimas ocasiones. Entre ellos se me ocurre señalar el
auditorio del Parque del Príncipe, que se montó para estas actividades y que,
sin entrar en su estado de conservación, no nos ha servido más que para
inaugurarlo un día y abandonarlo al siguiente.
Por otra parte seguimos teniendo la misma Ciudad Deportiva —me dicen
que reformada—, pero lo que creo yo que nos falta es el impulso de las gentes
de entonces, que con menos cuento (permítanme la frase) hacían más cosas que
las de ahora.
¿Para qué tanto auditorio y tanto marco apropiado, tanta bella jaula,
si nos falta el pájaro?
Diario HOY, 17 de junio de 1983
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