martes, 3 de octubre de 2017

Nuestras piscinas


Nada menos que 1.400 personas, bañistas todas ellas, se registraron una de estas tardes en las piscinas municipales. La cosa llegó a tanto que hasta tuvieron que poner el cartelito de “completo” para no admitir a un bañista más, porque al parecer la propia piscina parecía una aglomeración de la calle Pintores en días de feria. Vamos, que había que pedir permiso al señor de al lado para poder remojarse algo. Más que piscina, según nos dicen, aquello parece el autobús acuático, y nada de tirarse del trampolín porque podían resultar descalabrados el saltador y los de abajo.
Estas cosas requiere calor y cuando el calor aprieta es cuando sube la utilización de las piscinas, porque suponemos que el resto de las piscinas cacereñas, dado el calor que nos venimos disfrutando, también estarán a tope.
Es curiosa la evolución que en Cáceres ha tenido el uso de las piscinas públicas que, como quien dice, es un invento de hace relativamente pocos años.
Lo mismo diríamos de la práctica de bañarse en piscinas, charcas, ríos o zonches, que es una práctica relativamente moderna, creo que en toda Extremadura, o al menos en Cáceres, donde las familias tenían prohibido el que sus hijos fueran a estos lugares.
Yo no sé si la frecuencia del baño y el aseo es buena, aunque creo que sí lo es, en contra de los refranes tradicionales extremeños de nuestros abuelos que decían, más o menos, “que el bañarse frecuentemente era nocivo porque se quita la pelusilla del cuerpo”.  No he llegado nunca a averiguar a qué pelusilla se refería el dicho, porque en casos de no tanta antigüedad la tal pelusilla podría confundirse con la roña —dicho sea con perdón—. Lo que sí puedo decir es que en mi época de niñez, donde nos íbamos a bañar a “El Marco”, “La Musia”, “La Charca del Rodeo” y otros manantiales o zonches de riego, nuestras familias, por el riesgo que suponía el ahogarse, nos lo tenían totalmente prohibido. De bañarse tenía que ser en casa y con poca agua.
Lo que digo puede parecer extraño, pero así era, hasta el punto de que recuerdo que tras las tareas escolares íbamos a “El Marco” a bañarnos, sin que en casa lo supieran, y en previsión de que pudieran sospecharlo, al salir del agua nos embadurnábamos con tierra o arena para llegar a casa sucios y que no pudieran sospechar que nos había bañado.
Los tiempos, afortunadamente, han variado en este sentido, y a los charcos y manantiales citados, a los que podríamos agregar el “Zonche Villegas”, el “Charco del Tío Pepe”, “El Guadiloba” y algún punto más, han venido a sumarse las muchas piscinas públicas y particulares con la garantía de la depuración del agua que en aquel entonces ni se conocía por cierto.
En fin, que los cacereños en pocos años hemos pasado de un secano rabioso a una apetencia acuática encomiable.
Diario HOY, 18 de junio de 1983

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