Nada menos que 1.400 personas, bañistas todas ellas, se registraron
una de estas tardes en las piscinas municipales. La cosa llegó a tanto que
hasta tuvieron que poner el cartelito de “completo”
para no admitir a un bañista más, porque al parecer la propia piscina parecía
una aglomeración de la calle Pintores en días de feria. Vamos, que había que
pedir permiso al señor de al lado para poder remojarse algo. Más que piscina,
según nos dicen, aquello parece el autobús acuático, y nada de tirarse del
trampolín porque podían resultar descalabrados el saltador y los de abajo.
Estas cosas requiere calor y cuando el calor aprieta es cuando sube la
utilización de las piscinas, porque suponemos que el resto de las piscinas
cacereñas, dado el calor que nos venimos disfrutando, también estarán a tope.
Es curiosa la evolución que en Cáceres ha tenido el uso de las
piscinas públicas que, como quien dice, es un invento de hace relativamente
pocos años.
Lo mismo diríamos de la práctica de bañarse en piscinas, charcas, ríos
o zonches, que es una práctica relativamente moderna, creo que en toda
Extremadura, o al menos en Cáceres, donde las familias tenían prohibido el que
sus hijos fueran a estos lugares.
Yo no sé si la frecuencia del baño y el aseo es buena, aunque creo que
sí lo es, en contra de los refranes tradicionales extremeños de nuestros
abuelos que decían, más o menos, “que el
bañarse frecuentemente era nocivo porque se quita la pelusilla del cuerpo”. No he llegado nunca a averiguar a qué
pelusilla se refería el dicho, porque en casos de no tanta antigüedad la tal
pelusilla podría confundirse con la roña —dicho sea con perdón—. Lo que sí
puedo decir es que en mi época de niñez, donde nos íbamos a bañar a “El Marco”, “La Musia”, “La Charca del
Rodeo” y otros manantiales o zonches de riego, nuestras familias, por el
riesgo que suponía el ahogarse, nos lo tenían totalmente prohibido. De bañarse
tenía que ser en casa y con poca agua.
Lo que digo puede parecer extraño, pero así era, hasta el punto de que
recuerdo que tras las tareas escolares íbamos a “El Marco” a bañarnos, sin que en casa lo supieran, y en previsión
de que pudieran sospecharlo, al salir del agua nos embadurnábamos con tierra o
arena para llegar a casa sucios y que no pudieran sospechar que nos había bañado.
Los tiempos, afortunadamente, han variado en este sentido, y a los
charcos y manantiales citados, a los que podríamos agregar el “Zonche Villegas”, el “Charco del Tío Pepe”, “El Guadiloba” y algún punto más, han
venido a sumarse las muchas piscinas públicas y particulares con la garantía de
la depuración del agua que en aquel entonces ni se conocía por cierto.
En fin, que los cacereños en pocos años hemos pasado de un secano
rabioso a una apetencia acuática encomiable.
Diario HOY, 18 de junio de 1983
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