Ahora que esto de veranear se ha puesto tan al uso, que es una
verdadera necesidad hacerlo, cada cual, midiendo las posibilidades económicas
con que cuenta, prepara su veraneo.
Yo creo que a los cacereños, por eso de ser gentes de “tierra adentro”, nos ilusiona más el mar
y las playas, aunque sólo sea por la figura poética de que hablaba Alfonso
Albalá: “El mar, ausente de mis ojos…”,
o por la razón de que la forma de vida en las costas es tan diferente de la
nuestra, que eso de la mar y los barcos nos parecen un poco juguetes para
grandes y podemos aprovechar esos días de asueto hasta para embarcarnos.
La montaña y el campo en general tienen entre nosotros menos
predicamento porque los tenemos más o menos a mano todo el año.
Pero no es éste el tema, sino que los cacereños nos hemos acostumbrado
a vacacionar fuera de nuestra tierra y estos días son de peticiones y espera de
las residencias de Tiempo Libre, del ajuste de algún apartamento en lugares de
veraneo o de mirar las ofertas que las agencias de viaje nos hacen de veraneo
barato. Y digo barato porque los pudientes son los menos y la peseta está cada
día más baja, con lo que viene pasando que, en la salida al extranjero, como
los países que más barato ofrecen los viajes son los del Este, hacia ellos
vacacionan muchos de nuestros convecinos. Ni que decir tiene que, por esa sola
razón, se ha puesto en moda el viaje a Cuba, donde un gran número de cacereños,
y cada año más, van a pasar unos días.
En las costas y lugares autóctonos tenemos que reconocer que hoy día
se han puesto a unos precios que te cuesta más barato pasar una o dos semanas
en Cuba que en Torremolinos o en la Costa Brava. Y estoy hasta por decirles que
en esta última uno se siente casi “más extranjero” que en el propio Cuba.
Pero no es este el caso, lo que sí hemos de reconocer es que no hace
tanto eran muy pocas las familias cacereñas que salían de veraneo Era entonces
hasta un privilegio el salir a algún punto de dentro o de fuera a veranear y
hoy día lo hacemos todos.
Recuerdo yo que en Cáceres se contaban con los dedos de la mano los
pudientes que iban a Santander o San Sebastián, que eran lugares para los
ricos.
Portugal era el punto de veraneo de la clase media acomodada, que
solía elegir Figueira o Espiño —no sé por qué razón—, pero hacia allá solía ir
a alojarse en casas familiares, que tradicionalmente arrendaba todos los años.
Esto imponía el “fardar” de
algún modo. Se cuenta que don Manuel Castillo, director de un periódico que se
publicaba entonces en Cáceres, daba sus crónicas veraniegas fechadas en
Figueira, por lo que don Eduardo Sánchez Garrido, opositor político y director
de otra publicación, por hacerle sufrir fechaba las suyas en “El Marco”, con lo que estos asuntos eran
la comidilla veraniega del Cáceres de aquel entonces. Hoy esto se ha superado y
cualquier “pichichi” —y me cuento entre
ellos— suele veranear en cualquier punto del mundo sin que se le eche en cara.
Diario HOY, 16 de junio de 1983
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