A uno le asombra que los actuales cantantes de cualquier tipo se
anuncien, no ya por la potencia de su voz, sino por los instrumentos de
ortopedia acústica que llevan consigo, por el equipo de altavoces, el número de
micrófonos, los decibelios de sus columnas sonoras y por el montaje electrónico
de su actuación.
Se mira más lo que nos va a aturdir de su actuación que la modulación,
limpieza y potencia de su voz.
Diríamos que esto último no cuenta y que con todos los aditamentos de
que el cantante se rodea, puede cantar bajito, entre dientes, y ver su voz
multiplicada por mil y aturdiendo a la concurrencia.
Esto, no hace tanto, para un cantante que se preciara, era un fraude
al público seguidor y hoy día es una ventaja por la que se le sigue y se le
busca.
Lo mismo podríamos decir de los charlistas y oradores que, teniendo
una voz que no les sale del cuello de su camisa, pueden presumir de vozarrón
gracias a los aditamentos sonoros que se le incorporan a partir de sus labios.
Antes, esto era un fraude. Ahora es una ventaja. Tan es así lo que
decimos, que recordamos tiempos de no hace tanto, en que estos cantantes
rechazaban el micrófono, por tenerlo a menos, y actuaban a voz limpia,
presumiendo de poder hacerlo así. No podía uno imaginarse un Marcos Redondo, un
Fleta o tantos otros cantantes líricos auxiliados de micrófonos. Pero no eran
sólo los líricos, sino que los cantantes de canciones ligeras seguían la misma tónica.
Recuerdo una actuación de Antonio Machín en el Gran Teatro de Cáceres,
cuando ya estaba viejo, en la que el hombre hubo de recurrir a un micrófono,
disimulado en una especie de macetero con hojarasca que se le había puesto
delante, sintiéndose el propio cantante avergonzado de tener que hacerlo así y
siendo, en cierto modo, la rechifla de los puristas de entonces.
Poco tiempo después esto pasó, y tanto él como otros que vivieron esta
transición no tenían a menos de cantar comiéndose, como quien dice, el micrófono.
Pero no eran sólo los cantantes, sino los oradores. Con respecto a
esto último recuerdo una desgraciada actuación del gran charlista que fue
Federico García Sánchiz, en el Conventual de San Benito, de Alcántara. Era por
los años 50, cuando era presidente de la Diputación don José Murillo. Se habían
reunido allí todas las autoridades provinciales y todo el pueblo de Alcántara,
pero como las condiciones acústicas del Conventual dejaban mucho que desear, se
había encargado a unos chicos del SEU que instalaran un micrófono, que el
charlista rechazó en repetidas ocasiones. La protesta del público subió de
tono, porque no se le oía, y se entabló una discusión entre el charlista y el
público, llegando a decir éste que “rechazaba
estos aditamentos porque eran una ortopedia de la voz y que él había venido a
Cáceres a dar un concierto de violín y no de trompeta…”
En fin, que acabó hablando sin micrófono y los asistentes apreciamos
el gesto, pero nos quedamos sin enterarnos de lo que había dicho… Por lo que no
sé qué será mejor.
Diario HOY, 20 de julio de 1983
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