Yo no sé si los desconocidos ladrones llamaron a los usuarios del
teléfono de Deleitosa, para decirles algo así: “Perdonen las molestias que les ocasionamos al interrumpir sus
conferencias, pero es que vamos a robarnos la línea telefónica y no podemos
esperar un momento más”, y a renglón seguido arramplaron con 400 metros de
hilo de cobre, con un peso de 378 kilos, para lo que tendrían preparado un
camión o una furgoneta, dejando incomunicados telefónicamente a todos los
vecinos de Deleitosa.
La vuelta a la tortilla
El caso puede parecer insólito, pero la frecuencia con que se dan
estos casos y otros por el estilo, están volviendo de tal modo la tortilla, que
lo insólito ahora es que funcione el teléfono, que no nos roben por la calle,
que no asalten nuestros domicilios, en nuestra ausencia o con nuestra
presencia, etc., etc.
Hasta tal punto se está agotando nuestra capacidad de asombro, en éste
y otros detalles, que lo que pudiéramos llamar “personas de orden”, que respetan la convivencia y el civismo, están
quedando el minoría.
La prepotencia
En cierto modo, también relacionado con esto, me contaba un presidente
de barriada que estando ahora la suya en fiestas, principalmente dedicada a los
emigrantes que por estas fechas nos visitan, uno de ellos procedente de
Alemania, en plena euforia festera la emprendió con un banco de los que es
acaba de poner nuevos el Ayuntamiento, y cuando le recriminó diciéndole que eso
no lo haría en Alemania, éste le contestó: “Allí
no lo hago porque el banco lo tengo que pagar en marcos y están carísimos, pero
como aquí lo pagaré en pesetas, y éstas están tan bajas, me cuesta “cuatro
perras” darme el gustazo de destrozarlos”, y hasta tiró de cartera para
pagárselo, sin reparar en lo incívico de su gesto, porque lo que quería era “fardar”
Chicago años 20
Ello quiere decir que la convivencia se viene deteriorando en todos
los frentes y lo corriente ahora es que cualquiera te ponga una navaja al
cuello y te diga: “dame todo lo que
llevas”, y si llevas poco, como es lógico que uno lleve, porque la vida
está achuchada, no contento con el botín, te den una puñalada en cualquier
sitio.
Estas cosas antes sucedían en Chicago, o como sitio más próximo en
Marsella, y las leíamos tan ricamente en la prensa, viéndolas tan lejanas que
pensábamos en la exageración del periodista y las agencias; pero ahora las
tenemos en nuestro entorno y las padecemos en nuestras carnes, sin que lo que
llamamos ahora autoridad, las resuelva eficazmente: “Es el precio de la democracia” —nos dicen— o agregan: “Es que es carísimo el mantener en las
cárceles a todos los maleantes, chorizos o ladrones”.
Las cárceles, para los inocentes
Viendo esa creciente impotencia de la autoridad, a mí se me ocurre que
podíamos aplicar algo que he visto en “Mundo
submarino” de Jacques-Ives Cousteau. Cousteau decía, refiriéndose a la
defensa de los tiburones, por parte de sus submarinistas, que como no se puede
encerrar a todos los tiburones, él había inventado una jaula, e que se
encierran a los submarinistas para que no sean atacados por éstos.
Pues algo similar podríamos hacer aquí; encerrar en las cárceles a las
pocas personas de orden que van quedando, y dejar libre a los maleantes. Pero
eso sí, comprometiéndose las autoridad a que mientras estemos en las cárceles,
éstas no sean asaltadas por los maleantes externos Porque algo habrá que hacer.
Diario HOY, 14 de agosto de 1983
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