domingo, 8 de octubre de 2017

La jaula de los tiburones


Yo no sé si los desconocidos ladrones llamaron a los usuarios del teléfono de Deleitosa, para decirles algo así: “Perdonen las molestias que les ocasionamos al interrumpir sus conferencias, pero es que vamos a robarnos la línea telefónica y no podemos esperar un momento más”, y a renglón seguido arramplaron con 400 metros de hilo de cobre, con un peso de 378 kilos, para lo que tendrían preparado un camión o una furgoneta, dejando incomunicados telefónicamente a todos los vecinos de Deleitosa.
La vuelta a la tortilla
El caso puede parecer insólito, pero la frecuencia con que se dan estos casos y otros por el estilo, están volviendo de tal modo la tortilla, que lo insólito ahora es que funcione el teléfono, que no nos roben por la calle, que no asalten nuestros domicilios, en nuestra ausencia o con nuestra presencia, etc., etc.
Hasta tal punto se está agotando nuestra capacidad de asombro, en éste y otros detalles, que lo que pudiéramos llamar “personas de orden”, que respetan la convivencia y el civismo, están quedando el minoría.
La prepotencia
En cierto modo, también relacionado con esto, me contaba un presidente de barriada que estando ahora la suya en fiestas, principalmente dedicada a los emigrantes que por estas fechas nos visitan, uno de ellos procedente de Alemania, en plena euforia festera la emprendió con un banco de los que es acaba de poner nuevos el Ayuntamiento, y cuando le recriminó diciéndole que eso no lo haría en Alemania, éste le contestó: “Allí no lo hago porque el banco lo tengo que pagar en marcos y están carísimos, pero como aquí lo pagaré en pesetas, y éstas están tan bajas, me cuesta “cuatro perras” darme el gustazo de destrozarlos”, y hasta tiró de cartera para pagárselo, sin reparar en lo incívico de su gesto, porque lo que quería era “fardar
Chicago años 20
Ello quiere decir que la convivencia se viene deteriorando en todos los frentes y lo corriente ahora es que cualquiera te ponga una navaja al cuello y te diga: “dame todo lo que llevas”, y si llevas poco, como es lógico que uno lleve, porque la vida está achuchada, no contento con el botín, te den una puñalada en cualquier sitio.
Estas cosas antes sucedían en Chicago, o como sitio más próximo en Marsella, y las leíamos tan ricamente en la prensa, viéndolas tan lejanas que pensábamos en la exageración del periodista y las agencias; pero ahora las tenemos en nuestro entorno y las padecemos en nuestras carnes, sin que lo que llamamos ahora autoridad, las resuelva eficazmente: “Es el precio de la democracia” —nos dicen— o agregan: “Es que es carísimo el mantener en las cárceles a todos los maleantes, chorizos o ladrones”.
Las cárceles, para los inocentes
Viendo esa creciente impotencia de la autoridad, a mí se me ocurre que podíamos aplicar algo que he visto en “Mundo submarino” de Jacques-Ives Cousteau. Cousteau decía, refiriéndose a la defensa de los tiburones, por parte de sus submarinistas, que como no se puede encerrar a todos los tiburones, él había inventado una jaula, e que se encierran a los submarinistas para que no sean atacados por éstos.
Pues algo similar podríamos hacer aquí; encerrar en las cárceles a las pocas personas de orden que van quedando, y dejar libre a los maleantes. Pero eso sí, comprometiéndose las autoridad a que mientras estemos en las cárceles, éstas no sean asaltadas por los maleantes externos Porque algo habrá que hacer.
Diario HOY, 14 de agosto de 1983

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