En los cambios, traumáticos o no, a mi lo que me asusta es lo que yo
llamo la oficiosidad de los “pichichis”,
es decir, los actos que realizan los que no siendo del “color” o “de la cuerda”
que se ha puesto en moda para congraciarse con los que llegan sin parar mientes
en que lo que hacen muchas veces es el ridículo al tiempo que originan daños a
terceros, como se dice en lenguaje de los seguros, daños muchas veces
gratuitos.
Peor es en los cambios traumáticos, como los que suelen suceder tras
de una guerra civil, como la pasada nuestra.
Se contaba entonces como chiste que muchos que habían sido “rojos” se desvivían por parecer “azules” y en vez de levantar una mano
para hacer el saludo entonces en vigor, levantaban las dos.
Se contaba entonces que uno de éstos se compró un disco con el “cara al sol” y en cualquier manifestación
sacaba su gramófono al balcón de su casa y ponía el disco para que los que escuchaban
pensaran que había sido más falangista que nadie, aunque no lo pareciera. Pues
bien, a base de poner el disco, éste se acabó rayando y cuando el himno iba por
el pasaje que dice: “…que tú bordaste en
rojo ayer”, la aguja se atascó y repetía hasta la saciedad: “rojo ayer, rojo ayer, rojo ayer”, con lo
que el falangista de ocasión se llevó el soponcio padre.
Ahora, con menos trauma, comienza a suceder algo parecido, pero de
signo contrario.
El “pichichi” juega a ser
más de izquierdas que nadie, a demostrarlo así nada más que tiene ocasión, sin
pensar que en un juego democrático no importa ser del “color” que manda porque el pueblo lo haya elegido, sino más bien en
tener la honradez de mantener el propio color y esperar a que en ese juego
democrático le toque el turno a los suyos aún ayudando a los de ahora de que
hagan bien su gestión, porque se entiende que las gestiones de cualquier color
van encaminadas al bien de España, aunque los planteamientos sean distintos.
Lejos de esto, el “pichichi”
se complace en causar a éste o al otro de ideas contrarias a los que mandan, sin
parar mientes en que esto no es —o no debe ser— “pecado” en las democracias. Cuando aprendamos esto seremos de
verdad democráticos.
Diario HOY, 9 de junio de 1983
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