Recién llegado a México me advirtieron que no se me ocurriera dejar el
coche aparcado a un lado de la carretera porque corría el peligro de que me lo
desguazaran en un abrir y cerrar de ojos, y hasta me contaron el caso,
recientemente ocurrido, de que un automovilista al que se le produjo un
pinchazo en una rueda trasera, se disponía a cambiar ésta, y cuando estaba con
su “gato” en tales menesteres, vio
con asombro que otro vehículo paraba a su lado, sacaba otro “gato” y comenzaba a desmontar las ruedas
delanteras de este mismo vehículo averiado, por lo que le dijo que la averiada
era la trasera, respondiéndole el otro así como: “Usted se arregla con las de atrás, pero a mí me vienen muy bien las de
adelante, porque las del mío están muy malas”, ya que creía que el de la
avería era otro ladrón de vehículos como él, con lo que la cosa terminó más que
en palabras.
Estas cosas ocurrían en un país lejano al nuestro y yo presumía
entonces de que en España esto no ocurría ni por asomo. Pero el panorama ha
variado y los llamados “cuervos de la
carretera”, por no sé qué extraño caldo de cultivo, también son ya una
plaga entre nosotros.
Por no ir más lejos, les diré que no hace mucho, a un cacereño le
robaron el coche de la puerta de su casa y el ladrón o los ladrones se
dirigieron a Coria donde, a la entrada de la población, por la inexperiencia
lógica de estos casos, chocaron con el cartel anunciador de la población, abandonando
el coche, sin que se haya sabido de quiénes se trata.
Bien, pues según me contaba el perjudicado, al que avisó la Guardia
Civil de Carreteras, no fue lo malo el daño que se le produjo en el accidente,
sino que en el corto tiempo en que el coche averiado había estado abandonado en
la cuneta, los “cuervos de la carretera”
habían desmontado de él todo lo que era prácticamente útil y vendible,
dejándolo en el chasis y como para tirarlo y comprar otro.
“No he querido ni denunciarlo
—nos decía— porque ¿para qué?, si aunque
los cogieran nadie me pagaría el daño y los pondrían en la calle inmediatamente.”
Precisamente esta impotencia es la que ampara a estos desalmados, cuyo
delito no es tanto el del robo, sino las circunstancias en que lo realizan,
sumando a un daño el recochineo de otro mayor.
Diario HOY, 6 de noviembre de 1983
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