sábado, 7 de octubre de 2017

Un viejo cuento extremeño


Alguien ha llegado a afirmar que esto de la sequía no es un fenómeno anormal en España, sino que esta forma de llover —o de ausencias de lluvias en largas temporadas— es un ciclo normal que suele darse en nuestra patria cada determinado espacio de tiempo.
Yo no poseo estadísticas sobre ello, pero recuerdo la sequía, llamada pertinaz, que nos visitó en los años de postguerra, aunque con menos pertinacia que la actual, que va para tres años. Además, en una charla con mi sabio amigo, Ramón Morales, que entiende un rato de estas cosas, me proporcionó unos datos históricos que así lo atestiguan. Según él, en época del rey Carlos V, hubo tal sequía en la Península que muchas de las especies arbóreas que existían entonces desde antiguo, se perdieron, ya que dicha sequía tuvo una duración de siete años, y tras ella llegaron una serie de lluvias torrenciales que acabaron de estropear lo que no había estropeado la sequedad. Al parecer, ella fue el origen de desertización de mucha parte de Castilla, y sobre todo, la desaparición de unas especies de arbolados que no volvieron nunca a reponerse.
Desde luego, existe un hecho y es que en la época de la invasión romana, se decía que una ardilla podría llegar desde Punta Tarifa al Pirineo, sin poner el pie en la tierra, sino saltando de unos árboles a otros, cosa que hoy día es imposible aun suponer.
Lo malo de estos periodos de sequedad es que van acompañados de otros de lluvias torrenciales, con las consiguientes catástrofes que suelen acarrear y de las que pueden ser ejemplo lo que acaba de suceder en Holguera y Torrejoncillo.
No sé si esto es cierto científicamente, pero la tradición oral así lo recoge, a juzgar por el siguiente cuento extremeño que, en síntesis, paso a contarles:
“San Pedro es el jefe de las nubes que andan por los cielos, lloviendo aquí y allá, y es el que lleva estadística del trabajo que estas nubes realizan.
Estando en uno de estos recuentos, mandó entrar a las nubes para que le explicaran qué habían hecho: “Yo he estado lloviendo por Andalucía, dijo una de ellas; otra, un nubarrón negro y con barbas, confesó: “Yo he estado regando las cuatro provincias gallegas y hasta logré ahogar a una meiga que andaba revoloteando debajo mío con su escoba”; “yo estuve en Asturias, y como me quedaba agua de sobra, eché un riego a lo largo de toda la Cornisa Cantábrica” confesaba otra; “Pues yo fui a Cataluña y aunque les estropeé las fiestas de sardanas, les quedé bien regados los campos”, dijo otra. Otras más confesaron su estancia en Castilla, en Levante, en la Mancha, en León y hasta en Portugal, porque como está a un paso…
—“¿Y nadie se ha acordado de Extremadura?”, preguntó San Pedro y un silencio sepulcral siguió a su pregunta. “¿Y os parece bonito este olvido?”, continuó el santo, “¿que van a decir allí?” Pues bien, agregó, para subsanar este olvido, ahora os vais todas a regar Extremadura”… Y todas de golpe, y cada cual tratando de echar más agua que la otra, se nos vinieron aquí y nos inundaros los campos en un periquete.”
¿No tendrá algo de cierto este cuento tradicional?
Diario HOY, 11 de agosto de 1983

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