Alguien ha llegado a afirmar que esto de la sequía no es un fenómeno
anormal en España, sino que esta forma de llover —o de ausencias de lluvias en
largas temporadas— es un ciclo normal que suele darse en nuestra patria cada
determinado espacio de tiempo.
Yo no poseo estadísticas sobre ello, pero recuerdo la sequía, llamada
pertinaz, que nos visitó en los años de postguerra, aunque con menos pertinacia
que la actual, que va para tres años. Además, en una charla con mi sabio amigo,
Ramón Morales, que entiende un rato de estas cosas, me proporcionó unos datos
históricos que así lo atestiguan. Según él, en época del rey Carlos V, hubo tal
sequía en la Península que muchas de las especies arbóreas que existían
entonces desde antiguo, se perdieron, ya que dicha sequía tuvo una duración de
siete años, y tras ella llegaron una serie de lluvias torrenciales que acabaron
de estropear lo que no había estropeado la sequedad. Al parecer, ella fue el
origen de desertización de mucha parte de Castilla, y sobre todo, la
desaparición de unas especies de arbolados que no volvieron nunca a reponerse.
Desde luego, existe un hecho y es que en la época de la invasión
romana, se decía que una ardilla podría llegar desde Punta Tarifa al Pirineo,
sin poner el pie en la tierra, sino saltando de unos árboles a otros, cosa que
hoy día es imposible aun suponer.
Lo malo de estos periodos de sequedad es que van acompañados de otros
de lluvias torrenciales, con las consiguientes catástrofes que suelen acarrear
y de las que pueden ser ejemplo lo que acaba de suceder en Holguera y
Torrejoncillo.
No sé si esto es cierto científicamente, pero la tradición oral así lo
recoge, a juzgar por el siguiente cuento extremeño que, en síntesis, paso a
contarles:
“San Pedro es el jefe de las nubes que andan por los cielos, lloviendo
aquí y allá, y es el que lleva estadística del trabajo que estas nubes realizan.
Estando en uno de estos recuentos, mandó entrar a las nubes para que
le explicaran qué habían hecho: “Yo he estado lloviendo por Andalucía, dijo una
de ellas; otra, un nubarrón negro y con barbas, confesó: “Yo he estado regando
las cuatro provincias gallegas y hasta logré ahogar a una meiga que andaba
revoloteando debajo mío con su escoba”; “yo estuve en Asturias, y como me
quedaba agua de sobra, eché un riego a lo largo de toda la Cornisa Cantábrica”
confesaba otra; “Pues yo fui a Cataluña y aunque les estropeé las fiestas de
sardanas, les quedé bien regados los campos”, dijo otra. Otras más confesaron
su estancia en Castilla, en Levante, en la Mancha, en León y hasta en Portugal,
porque como está a un paso…
—“¿Y nadie se ha acordado de Extremadura?”, preguntó San Pedro y un
silencio sepulcral siguió a su pregunta. “¿Y os parece bonito este olvido?”,
continuó el santo, “¿que van a decir allí?” Pues bien, agregó, para subsanar
este olvido, ahora os vais todas a regar Extremadura”… Y todas de golpe, y cada
cual tratando de echar más agua que la otra, se nos vinieron aquí y nos
inundaros los campos en un periquete.”
¿No tendrá algo de cierto este cuento tradicional?
Diario HOY, 11 de agosto de 1983
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