Uno debe creer a los médicos y cualquiera que sea de Cáceres, sobre
todo del Cáceres de hace unos años, les habrá oído decir que el tifus y las
paratíficas eran aquí endémicos, achacando ellos, que son los que sabían de
estas cosas todo esto a que en nuestra ciudad muchas de las huertas eran regadas
por “aguas negras” portadora de los “bichitos” que transmiten dicha
enfermedad.
Cualquier cacereño de mi época, por la razón que sea, ha padecido de
paratíficas, al menos un montón de veces y otras, diarreas o enfermedades
menores que nuestros médicos de aquel entonces achacaban a las dichosas huertas
regadas con aguas residuales. No obstante, ellos mismos solían decirnos que,
tras padecer estas enfermedades y salir de ellas, quedábamos autovacunados para
el futuro, y agregaban que lo peor era para los forasteros que,
indefectiblemente, solían agarrar el tifus o las paratíficas, con peores
consecuencias para su salud que la de los indígenas que ya estábamos acostumbrados
y aun inmunizados a todo esto.
Por aquello de que “doctores
tiene la iglesia” y los sanitarios lo eran en lo suyo, nuestro
Ayuntamiento, ya hace años, se tomó en serio esto de que los hortelanos de
nuestra ribera no regaran con aguas fecales, y comenzó a hacer una carísima
inversión que ha durado años y aún no está terminada del todo, para canalizar
las aguas negras de la ribera del Marco, con el fin de evitar estos riesgos,
dejando espacio también para que, aguas limpias, fueran las que se destinaran a
las huertas causantes, según ellos, de esas enfermedades endémicas.
Otras prácticas se arbitraron también como eran los análisis continuos
de las aguas de consumo para denunciar la presencia del “bacilo de coli” en algúna de las fuentes de que entonces se bebía y
señalárselo así al vecindario para que no bebiera de ellas.
Así las cosas, todos nos quedamos tranquilos porque suponíamos que los
primeros interesados en que los productos de sus huertas no estuvieran
contaminados eran los propios hortelanos ya que de antiguo, por esas dudas que
habían suscitado los que entendían del caso, la mayoría de los cacereños
rechazaban los productos de esas huertas por el peligro que entrañaban. Pues
bien, lo verdaderamente curioso del caso es que los hortelanos, o algunos de
ellos, han hecho caso omiso a todo ese carísimo montaje de saneamiento que
nuestro Ayuntamiento ha hecho y taladran los conductores de aguas fecales para
regar sus huertas.
Yo no sé si al lado de esa operación se hizo también una prohibición
de regar con esas aguas —que a lo mejor se hizo— pero las cosas están así y si
esos riegos son peligrosos, según afirmaron siempre los sanitarios, el seguir
haciéndolos es atentar contra la salud pública, aunque económicamente se
perjudiquen los hortelanos y exista eso de los intereses creados. Las cosas son
así de claras y los que tienen en ello la última palabra no son los hortelanos,
sino los responsables de esta salud pública que son los que deben dar su
veredicto y tomar las medidas oportunas.
Diario HOY, 21 de agosto de 1983
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