Los cacereños, que son tan amantes de sus cosas, van a tener ocasión
de escuchar, una vez más las saetas al estilo tradicional y casi perdido que se
cantaban de antiguo en Cáceres. A decir verdad, la saeta cacereña es más fea
que la andaluza, porque ésta está más adornada y la cacereña es un cante
escueto, seco si se quiere, que sin adorno dice lo que quiere decir sin entrar
en florilegios de garganta. Es más una oración gritada que tiene el mínimo
ritmo para poder ser canto, pero no pretende agradar a la concurrencia —como la
andaluza— sino decir lo que se lleva muy dentro y se grita a la imagen que
pasa.
Su origen podría ser castellano
—yo no lo sé—, pero pienso que si los “moros”
no hacían procesiones ni cantaban, las saetas y el origen de ellas y de las
procesiones hubo de venir del Norte, tras la Reconquista, y de la oración
cantada castellana —o leonesa— el andaluz hizo el preciosismo de su propia
saeta a la que adicionó la gracia morisca de su canto. Si esto fuera así, las nuestras serían los restos
de un canto cristiano y medieval a las imágenes que se hubiera perdido si
algunos viejos cacereños, como Teresa la Navera, el Niño de la Pizarra y algún
otro, no la hubiera seguido cantando, y si hace años emisoras como Radio Cáceres,
no la hubieran promocionado con sus concursos.
Hoy, en San Mateo, vamos a tener ocasión de oírlas en la propia
Iglesia, también promocionadas por el Ayuntamiento que, además, ha montado un
concurso para estos días, en el que se ha registrado la curiosidad de
inscribirse un cacereño de noventa años, conservador de este tipo de cante y
por tanto competidor de Teresa, que está deseoso de intervenir y que confiesa
que no lo ha hecho antes porque “le da
reparos cantar por el micrófono” o malo es que este tipo de saeta acabará
perdiéndose con ellos, por eso es más curioso el escucharla.
Diario HOY, 30 de marzo de 1985
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