Ni que decir tiene que nuestro actual alcalde, Juan Iglesias Marcelo,
ha vuelto orgulloso de París, tras de conseguir el título para nuestra ciudad
de “Patrimonio de la Humanidad”,
título que aunque no nos valiera un duro en subvenciones, como muchos pájaros
de mal agüero vienen anunciando, es un orgullo para nosotros y para nuestro
Cáceres, porque el título no se ha solicitado para pordiosear ayudas de nadie,
sino porque nos corresponde en estricta justicia como estamentos superiores han
decidido.
Pienso ya que muchas veces, en esto de las ciudades como en lo de los
individuos, sale a relucir lo que Unamuno decía que era el mal nacional, la
envidia, razón por la que no hay que hacer mucho caso, porque el envidioso
—ciudad o individuo— no se contenta con nada, ni existe un paliativo para su
mal. Esto aparte, volviendo al hilo de la cuestión, ayer felicitaba a Juan
Iglesias por la consecución de ese título, y Juan, hombre ponderado y sencillo,
me respondía con la frase de: “Los
alcaldes pasamos, pero las ciudades quedan”. No obstante, a él le cabe el
orgullo de ser el alcalde que consiguió el título y hay que decírselo, aunque
las ciudades, al igual que el camino que se hace paso a paso, se hacen alcalde
a alcalde, o corporación a corporación y el éxito actual es una consecuencia
que viene rodada, aunque el mayor mérito sea del que consigue culminarlo en su
gestión.
Pero tomando pie de todo eso, creo yo que uno de los alcaldes pasados
que allanó mucho el camino hacia ese título y hacia las atenciones sobre
nuestros monumentos, fue Alfonso Díaz de Bustamante, alcalde que reunió aquí en
asamblea al ICOMOS, hace años, y al que pienso Cáceres le debe alguna gratitud.
Ahora va a ingresar en la Academia de Extremadura, en acto a celebrar en
Plasencia, donde muchos convecinos que le recordamos gratamente estaremos,
aunque sólo sea en presencia espiritual.
Diario HOY, 30 de noviembre de 1986
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.