Nuestro presidente, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, tiene obsesión por
lo que los conquistadores extremeños hicieron en su época y en su entorno
histórico, y anda a vueltas pidiendo perdón a todo el mundo por lo que aquellos
superhombres, nacidos en su mayoría en este mismo suelo donde nacimos él y yo,
hicieron en la conquista del nuevo mundo. Pienso yo, como extremeño de ahora,
que las espadas del pasado están bien en sus panoplias y que ninguno de los
extremeños de ahora vamos a tener ocasión de que pidan perdón por nosotros, ni
de que —con perdón o sin él— la historia nos llegue a considerar, a los que
formamos ahora Extremadura, ni sombra siquiera de lo que fueron e hicieron
aquellos conquistadores de antaño, con los que sólo nos une, a mi modo de ver,
el haber nacido en la misma tierra, porque creo que ni descendientes de ellos
puede considerársenos.
En mis viajes a Hispanoamérica, cuando algún guía o intelectual de
aquellas tierras se mostraba tenso por no querer hablar mal de los conquistadores
en mi presencia, yo solía decirle: “Puede
hablar con toda libertad mal de los conquistadores, porque de quien hablará mal
en primera instancia es de su propia familia, no de la mía. Mi abuelo o
tatarabuelo se quedó en España, y por eso nací yo allí, los conquistadores
pudieron ser hermanos de esos antepasados míos, pero aquí casaron y aquí
quedaron sus descendencia, que es de la que ustedes procederán, pero no yo. Por
tanto hable mal de los conquistadores, que son más familia suya que mía.”
Esto mismo habría que decirle a Rodríguez Ibarra, para que se deje de
pedir perdones ajenos y se dedique más a lo que podamos conquistar y hacer los
extremeños de ahora, que a lo que hicieron aquellos superhombres de antaño con
los que, ojalá, pudiera comparársenos hoy.
Diario HOY, 18 de noviembre de 1986
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