(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Esta es una historia para contarla el filo de la festividad de
Santiago, razón por la que la contamos. Yo no sé si saben ustedes lo que al rey
Alfonso IX de León le costó el quedarse con Cáceres, como cosa propia, tras de
conquistársela a los moros, en 1227 ó 1229, porque tampoco los historiadores
están muy de acuerdo en las fechas. Pues, además de conquistarla, para poder
hacerla “villa real” —o sea, tener la
total propiedad de la misma— le costó el ceder a la Orden de Santiago dos
villas de su propiedad y dos mil maravedíses (que entonces debía ser una
cantidad importante).
Sucedió que en Cáceres, y precisamente en la iglesia de Santiago,
había nacido la Orden de “Fratres de
Cáceres” o “Caballeros de la Espada”,
que fue el primitivo nombre que tuvo la Orden de Caballería de Santiago, y
dichos caballeros, que habían perdido la villa a la que consideraban como su “casa matriz”, ante el impulso de los
almohades, se unieron al rey de León para conquistarla; pero una vez conquistada
ésta, la reclamaron como posesión suya, por lo que el rey tuvo que pleitear con
la Orden en un “contencioso” que duró
dos años y que finalmente fue sancionado por el Papa que ordenó que el rey se
quedara con Cáceres, pero que, a cambio y como indemnización, a la Orden le
diera las villas de Castrotorafe y Villafátila y dos mil maravedises en mano.
El rey así lo hizo, pero debió ser a regañadientes y por ser el Papa el que lo
decía, puesto que este enfado se refleja en nuestro Fuero, dado por él, que
está considerado como el más anticlerical de España, ya que en él se prohíbe al
vecindario que dieran nada de sus bienes raíces a los cogullados y a los que
renuncian al siglo, vamos, para entendernos, a los religiosos y a las órdenes
religiosas.
Tampoco debieron quedar muy conformes los Caballeros de Santiago,
porque es tradición que hasta arrancaron los sepulcros que figuraban en la
iglesia para trasladarlos a sus nuevas posesiones sin querer saber más de
Cáceres, aunque quedara el nombre de Santiago de los Caballeros en la iglesia y
alguna toponimia más, como puede ser la de “Cuesta
del Maestre”.
Hoy día, Castrotorafe, antigua población de Zamora, ha desaparecido y
Villafáfila, también de Zamora, cuenta con menos de dos mil habitantes, aunque
fueron el trueque por el que el rey Alfonso IX pudo quedarse con nuestra ciudad
que, entonces, no admitió más señorío que el propio de los reyes.
Una vieja historia, para contar al filo del día de Santiago.
Diario HOY, 25 de julio de 1982
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