(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Para variar de tema, vamos a hablar hoy de algunas curiosidades
históricas de Cáceres, ya que alguien nos ha echado en cara que tenemos ese
tema olvidado. Hablaremos de una familia singular que hizo y habitó el palacio
de La Isla, donde hoy está la Casa de la Cultura. Eran tres hermanos que
vinieron a Cáceres por los comienzos del siglo XVII: Juan, Miguel y Luis
Blázquez. Los dos primeros eran clérigos: Juan, deán de la catedral de
Plasencia, y Miguel, tesorero de la catedral de Coria y el tercero, Luis,
seglar. Parece ser que los dos primeros aportaron el dinero para crear un
mayorazgo para el tercero de sus hermanos, pero como quiera que entonces la
nobleza cacereña era muy remirada, no los querían admitir como hidalgos, aunque
decían descender de Blasco Muñoz, uno de los caballeros que vino a tomar
Cáceres en el siglo XIII, y ser parientes de los Mayoralgos.
A cuenta de ello hubo un pleito en la chancillería de Valladolid, que
acabaron ellos ganando, pero con el repudio de la nobleza cacereña que les
achacaban ser descendientes de judíos. Hay un detalle curioso, y es que el
palacio lo hicieron en el solar de unas casitas donde estaba la judería nueva,
en la calle de la Cruz, incorporando al mismo como capilla lo que había sido la
sinagoga nueva y que hoy es el auditorio de la Casa de la Cultura. En
definitiva, que aun con el pleito ganado estuvieron dados de lado por los
viejos linajes cacereños durante mucho tiempo, hasta que en 1761 el Rey Carlos
III concedió a Matías Jacinto Marín, descendiente de Luis Blázquez, el título
de marqués de La Isla, que es el nombre que actualmente lleva el palacio y que
recibió la plaza que había delante de él antes de desaparecer el convento de la
Concepción, que después acabó nominando a toda la plaza.
Esta malquerencia con la nobleza, aunque se los admitiera como nobles,
ha quedado reflejada en el propio palacio, en cuyo frente, y a lo largo de un
friso que coge toda la fachada, hay una frase en latín que traducida viene a
decir: “Seamos nobles por nosotros y no
por nuestros abuelos”, y lo más curioso es que bajo sus escudos, y quizás
por la misma razón, se agregaba la frase latina: “Vanitas vanitatum et omnia vanitas”, o sea: “Vanidad de vanidades y todo vanidad”, lo que en cierto modo, y para
aquel tiempo, era hacer un poco burla de tanto alarde, aun en el propio escudo
del apellido.
Esto puede verse aún en uno de los escudos esgrafiados en el propio
patio del edificio, lo que para mi modo de ver los singulariza sobre el modo de
pensar del resto de los nobles cacereños de aquel entonces.
Diario HOY, 31 de julio de 1982
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