martes, 15 de agosto de 2017

Cuando Cáceres fue invadida por los pájaros


A veces el cine, con el deseo de ser original presenta cosas inconcebibles. Esto es a mi parecer lo que sucedió con la película “Los pájaros”, dirigida por el “rey” del “suspense”, Alfred Hitchkock, que se presentó dentro de “Mis terrores favoritos” en la pequeña pantalla últimamente, y de la que, quiérase o no, estuvimos también pendientes los cacereños aficionados a este medio.
Para que ustedes cojan el hilo, les diremos que la trama sucede en un pueblecito de San Francisco llamado Bahía Bodega, donde, sin que se sepa por qué los pájaros —todos los pájaros— se convierten en bandas asesinas que matan a picotazos a las personas, destruyen las edificaciones, etcétera.
El clima de la película está bien logrado y ni que decir tiene que la técnica de ella en cuanto a la lucha de bandas de pájaros y personas está muy bien trucada, o lograda, y esto mantiene el interés de ella, aunque a cualquiera se le ocurre que todo el argumento se hubiera venido abajo si alguien hubiera aparecido con unas escopetas que de unas cuantas perdigonadas hubieran acabado con el afán asesino de esta aves.
Ustedes dirán que esto que parece crítica de espectáculos no encaja en esta sección, pero verán cómo sí encaja si les decimos que aquí en Cáceres, hace siglos, hubo una invasión parecida que está hasta recogida en los archivos municipales y provocó el que nuestro Ayuntamiento tuviera que dictar a toda prisa un decreto registrado como: “Ordenanza de los pájaros”, que es curiosísimo por su originalidad y es a la que vamos a referirnos.
Los pájaros que invadieron Cáceres no eran asesinos; al parecer eran una especie de gorriones, pero en tal abundancia que se comían todas las cosechas y asolaban los campos al modo de las plagas de langostas. Su invasión no atacaba directamente a las personas, pero sí indirectamente al quedarlas sin alimentos, por lo que se dictó esa ordenanza que obligaba a cada vecino a matar, según su profesión, un determinado número de pájaros y presentar sus cadáveres en el Ayuntamiento si no quería ser fuertemente multado. Hasta los clérigos tuvieron que salir a matar pájaros y recordamos que se les obligaba a presentar, al menos, diez pájaros muertos por cabeza… Ya ven cómo la fantasía puede tener a veces un punto de verdad y cómo aquí ocurrió algo parecido a lo que narra la película.
Diario HOY, 19 de mayo de 1982

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