Se dice que sobre gustos no hay nada escrito y yo creo todo lo
contrario, porque precisamente sobre el gusto y las aficiones han “corrido ríos de tinta” en todos los
tiempos. Esto mismo viene pasando en cuanto a los Mundiales y sus
retransmisiones televisivas que a unos “chinchan”
y a otros agradan sobremanera. Se dice que más de un 50 por 100 de españoles no
se interesan por estas retransmisiones, y del otro 50, un 25 las toma con
filosofía y otros tantos con sumo calor, sin dejar “piar” a nadie en la casa mientras el equipo de turno hace sus
combinaciones. La mayoría de mis amigos se cuentan entre estos últimos, por lo
que a algunos ni me atrevo a verlos ni llamarlos por teléfono, por no
distraerles de su afición… Estoy esperando que pasen los Mundiales y sus retransmisiones,
que vuelvan a la vida activa y de sociedad, y entonces será cuando contacte con
ellos.
Yo estoy entre el 25 por 100 que toma las retransmisiones con
filosofía y no se indignan con tanto fútbol, como sucede con ese otro 50 por
100. Digo esto porque la vida hay que tomarla con filosofía y hasta, como quien
dice “vestir el muñeco” y hacer de
nada “un mundo”. Ahí tienen ustedes a
los ingleses, que para cenarse un consomé y unas patatas se visten de “smoking”, haciendo de ello una verdadera
fiesta y convirtiendo una mala cena en un acontecimiento social…; pues ese es
el ejemplo que hay que seguir y no indignarse con la “tele”, y aunque nos ponga la “mala
cena” a que nos referimos, echémosle imaginación.
Tengo un matrimonio amigo, al que algunos dicen locos, que cuando hay
una retransmisión de corridas de toros, a la que ellos son muy aficionados, se
visten de punta en blanco, él con su puro y su sombrero de ala ancha y ella de
peineta y mantilla. Se ponen unas sillas a modo de barrera y, Luisa, la señora,
cuelga en ellas el mantón de manila… y se lo pasan en grande.
Pero el colmo de la imaginación —y ustedes no se lo van a creer— es el
de mi amigo Juan, hombre muy serio que, cada tarde, antes de comenzar la
retransmisión de los Mundiales, en su propia casa, se viste de pantalón corto y
camiseta, toma un balón bajo el brazo y sale a paso gimnástico hasta su sillón
ante la “tele” entre el aplauso, gritos y flamear de
banderines de su mujer y sus muchos hijos, organizando una verdadera fiesta
casera en la que el buen humor campea a sus anchas… Otro amigo, que estuvo a
visitarlos en esos momentos, me decía: “Oye,
yo creo que Juan y su familia están locos.” “Pues no sé, chico —le dije—, yo
creo que los locos somos los que nos tomamos todo en serio.”
Diario HOY, 20 de junio de 1982
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