Destacaba un editorial de nuestro periódico —que yo comparto— que el
verdadero protagonista de los Mundiales que acaban de terminar había sido ese
público español que con un fervor “entusiasta,
mezcla de deportividad y patriotismo, asombró a propios y extraños animando a
la desmedrada selección que defendía nuestros colores, cuando su actuación no
daba más que para silbidos y repulsas”. “Este fervor, agregaba, no ha sido desgraciadamente aprovechado por
nadie, por lo que esa capacidad de entusiasmo que nuestro pueblo conserva intacta,
se perdió en el vacío.”
A mi me ha hecho meditar mucho eso que el editorial señalaba y tengo
que decir que, viendo esa “hinchada”
española inasequible al desaliento (por emplear una frase que muchos han
proscrito pero que es la más justa en este caso) pensé aquello del poema del
Cid, que parece ser una constante española, de: “¡Qué buen vasallo si hubiera buen señor!”, señalando claro es, como
“señor” la desmedrada selección española
y como “vasallo” la entusiastica e
incansable “torcida” española, y medité:
“¿No nos estará pasando en política algo
de esto?”, porque si ustedes lo piensan, los únicos verdaderamente
incansables con la democracia, con el nuevo sistema que nos hemos dado, somos
los españoles de a pie, que estamos en la grada animando con nuestras voces,
nuestro flamear de banderas y nuestros votos a la “selección española” de nuestros políticos —y aquí incluyo a los de
cualquier partido y color— que son los que están en la cancha pero que maldito
el caso que nos hacen y el esfuerzo que realizan sino es para pedirnos más
paciencia y entusiasmo, aunque ellos no sean capaces en ningún momento de
corresponder a nuestros esfuerzos con un solo “gol” que pueda enjugar o pagar de algún modo ese entusiasmo.
Y conste que no generalizo a niveles nacionales —como podría hacerlo—
sino al que tenemos a mano: el local, provincial y regional, para decir que
aunque vistan distintas camisetas no vale ninguno el entusiasmo que estamos
derrochando desde la grada…
¿Sacar los suplentes? Pero, ¿qué selección podríamos hacer con ellos,
si no saben ni estar en el banquillo? En fin, que a uno le entran ganas de
decir: “No vuelvo a ver ningún partido”.
Diario HOY, 16 de julio de 1982
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