Como ya les dije, he pasado unos días en Cuba, pero puedo agregar que
medio Cáceres aprovechó esta promoción turística a La Habana por lo económica,
y puedo asegurar que algunos de los hoteles —a juzgar por la gente de Cáceres
que en ellos nos juntamos— estaban como la propia calle Pintores cacereña. Es
más, hasta el vicepresidente de la Diputación, mi tocayo Fernando Nebreda,
formaba parte del grupo cacereño.
El grupo español lo formábamos en mayoría extremeños y catalanes y a
cuenta de los catalanes, puedo contarles un caso curioso. Cuando llegó el
momento de alojarnos en los hoteles, momento en que habíamos de entregar el
pasaporte para confrontarlo con la lista de los viajeros, en la que figuraban los
apellidos de cada uno de nosotros, la mayoría de los catalanes no aparecían por
ningún sitio, y sus pasaportes no coincidían con los nombres de la lista de
alojamiento. Ni que decir tiene que los catalanes, que suelen ser protestones
de por sí, iniciaron su protesta y nadie se explicaba cómo no figuraban en el
alojamiento… ¿qué había pasado?
Bien, el misterio se fue aclarando poco a poco. Nuestro amigos los
catalanes se habían puesto, en el pasaporte español, el nombre en catalán —cosa
que pueden hacer— pero los cubanos que sólo hablan español y no catalán,
tomaban sus nombres por apellidos y allí no aparecía ningún señor Jordi, ni
ningún señor Francesc, ni ningún señor Ferrán (nombres estos que corresponden a
Jorge, Francisco y Fernando), aunque sí figuraban los señores López, Pérez y
Gutiérrez... y gracias que el grupo no era vasco, porque entonces los
transformados hubieran sido los apellidos y cualquier López se llamaría
Lopezguerri, cualquier Pérez, Peregundiz y cualquier Gutiérrez, Gutibuturribez…
Total, que el cubano de turno se mataba a decir:
— “¡Oye, chico, y si tu
pasaporte es español porqué no escribes: Jorge, o Francisco o Fernando, en
“cristiano” y no nos vienes con esa mandanga que no entendéis más que vosotros…
mira, a mí en mi casa me llaman Chucho, y no se me ocurre ponérmelo en el
pasaporte…”
En definitiva que, por mucho nacionalismo catalán que haya, ese idioma
es para andar por casa o por la península, pero es exagerado ponerlo en el
pasaporte.
Diario HOY, 22 de junio de 1982
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