Tengo que confesar que quizás yo he admirado siempre al servicio de
Correos no por la técnica, sino por la anécdota. Explicando mejor lo que digo,
agrego que he admirado a este servicio español que estuvo considerado como uno
de los mejores del mundo, por sus hombres más que por su organización. Vamos,
que en esto me pasó como con nuestro Ejército que tenía la fama de tener los
mejores soldados del mundo, aunque de material estuviéramos escasos. Digo esto
porque a mi modo de ver siguen siendo los hombres los que dan prestigio a una
organización y por la eficacia de ello se medía —y se seguirá midiendo— la del
cuerpo de que forman parte.
Esto a propósito de que a un magnífico escritor y académico le acaba
de hacer el Rey cartero honorario. Me refiero a Camino José de Cela, del que hay
que decir que alguno de sus libros y el anecdotario que en ellos se recoge está
servido —aunque el lo haya redactado después y dado forma— por los carteros de
toda España que desde cada pueblo le enviaron cartas contando las anécdotas que
por allí sucedían. No es este el primer caso, ya que se cuenta que Madoz, el
del célebre diccionario, recurrió a un método parecido, porque no debemos
olvidar que el cartero, por ese contacto personal con cada familia de cada
pueblo, es el que mejor conoce las interioridades de él…
Eso aparte de los carteros intelectuales y hasta poetas que este
cuerpo —sufrido y humilde— ha dado a la nación, y de los que no voy a hacer
mención nominal por no olvidarme de alguno.
Lo que sí digo es que yo, a estos hombres, los he admirado siempre y
he admirado su agudeza para cumplir su misión aun cuando la técnica fallaba.
Se cuenta que a la central de Madrid llegó una carta que por únicas
señas tenía las siguientes: “A mi hijo
Pedro, que está en la mili…” y la carta llegó a su destino, porque días
después, un quinto con pinta de paleto preguntó a voces en la central “¿Me ha escrito mi padre?” y el avispado
funcionario le preguntó: “¿Tú te llamas
Pedro?... Sí señor, para servirle”, dijo el quinto…. y éste le entregó la
carta. Caso de estos podríamos contar algunos locales, como el de aquella carta
que llegó a: “Regino, cazador de Cáceres”,
y se entregó a don Regino Moreno —fallecido ya— que fue uno de los mejores
cazadores cacereños… En fin, esto es lo que yo he admirado de Correos, por lo
que esa noticia que ahora se da de que antes de escribir las señas de una carta
habrá que consultar una guía, no me gusta… Así de claro.
Diario HOY, 25 de agosto de 1982
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