jueves, 31 de agosto de 2017

Los “libros de tesoros”


Ahora que vuelve a estar de moda lo oculto, y tanto en el cine como en las publicaciones, a cualquier escala, se vuelve a hablar del ocultismo, es bueno recordar uno que tiene alguna relación con ello, aunque no sea propiamente ocultismo, como es la búsqueda de tesoros ocultos.
Es curioso saber que en el fondo de cada español hay una gran ingenuidad en creer que cualquier día puede toparse con un verdadero tesoro que otras generaciones enterraron por las circunstancias que sean. Uno piensa que abona esta creencia el que las continuas guerras ocurridas trajeron como consecuencia el que para poner a salvo de las invasiones algún bien material que se poseía, se enterrara pensando en volver por ello y, no habiendo podido hacerlo, alguien pueda ahora topar con esos bienes enterrados.
Ejemplos de cosas de este tipo tenemos hasta en la propia imagen de la Virgen de Guadalupe que se encontró enterrada en las Villuercas con la leyenda de que San Isidoro, huyendo de la invasión sarracena, la dejó allí, encontrándola después Gil Cordero por una aparición milagrosa.
Pero lo más curioso del caso es que hay hasta editados los llamados “Libros de Tesoros”, que informan al lector de dónde están ocultos dichos bienes, y hasta los numera, dando detalles de cómo puede uno encontrarlo. Uno de estos libros ha llegado a nuestras manos y lo que uno no acaba explicándose es cómo el propio autor del libro, que tanto sabía de ellos, no los buscó.
Pues bien, para desvelar un poco ese secreto, diremos que allá por los principios del siglo pasado, en la localidad cacereña de Cilleros, vivió un abogado rico llamado don Bonifacio Montero, que debió ser un “cachondo” de órdago, y se entretenía embromando a sus paisanos con estas cosas. Don Bonifacio se inventaba lo de los tesoros, lo escribía en viejos pergaminos, formaba un libro y, tras de ahumarlo, envejeciéndolo, lo enterraba en un lugar donde fuera fácil encontrarlo y hasta él contribuía a que fuera encontrado, fingiéndose el primer asombrado, y pasándoselo “pipa” con los planchazos que éstos se daban haciéndolos cavar en cuarenta sitios sin encontrar el fruto apetecido. Este parece ser el origen de muchos de estos libros, y hasta hemos oído referir que en algunos de los inventados por don Bonifacio, por aquello de “sonar la flauta por casualidad”, se encontró alguna cosa, con lo que el asombrado acabó siendo el propio don Bonifacio, que no sabía explicárselo.
Diario HOY, 14 de octubre de 1982

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