Ahora que vuelve a estar de moda lo oculto, y tanto en el cine como en
las publicaciones, a cualquier escala, se vuelve a hablar del ocultismo, es
bueno recordar uno que tiene alguna relación con ello, aunque no sea
propiamente ocultismo, como es la búsqueda de tesoros ocultos.
Es curioso saber que en el fondo de cada español hay una gran
ingenuidad en creer que cualquier día puede toparse con un verdadero tesoro que
otras generaciones enterraron por las circunstancias que sean. Uno piensa que
abona esta creencia el que las continuas guerras ocurridas trajeron como
consecuencia el que para poner a salvo de las invasiones algún bien material
que se poseía, se enterrara pensando en volver por ello y, no habiendo podido
hacerlo, alguien pueda ahora topar con esos bienes enterrados.
Ejemplos de cosas de este tipo tenemos hasta en la propia imagen de la
Virgen de Guadalupe que se encontró enterrada en las Villuercas con la leyenda
de que San Isidoro, huyendo de la invasión sarracena, la dejó allí, encontrándola
después Gil Cordero por una aparición milagrosa.
Pero lo más curioso del caso es que hay hasta editados los llamados “Libros de Tesoros”, que informan al
lector de dónde están ocultos dichos bienes, y hasta los numera, dando detalles
de cómo puede uno encontrarlo. Uno de estos libros ha llegado a nuestras manos y
lo que uno no acaba explicándose es cómo el propio autor del libro, que tanto
sabía de ellos, no los buscó.
Pues bien, para desvelar un poco ese secreto, diremos que allá por los
principios del siglo pasado, en la localidad cacereña de Cilleros, vivió un
abogado rico llamado don Bonifacio Montero, que debió ser un “cachondo” de órdago, y se entretenía embromando
a sus paisanos con estas cosas. Don Bonifacio se inventaba lo de los tesoros,
lo escribía en viejos pergaminos, formaba un libro y, tras de ahumarlo,
envejeciéndolo, lo enterraba en un lugar donde fuera fácil encontrarlo y hasta él
contribuía a que fuera encontrado, fingiéndose el primer asombrado, y pasándoselo
“pipa” con los planchazos que éstos
se daban haciéndolos cavar en cuarenta sitios sin encontrar el fruto apetecido.
Este parece ser el origen de muchos de estos libros, y hasta hemos oído referir
que en algunos de los inventados por don Bonifacio, por aquello de “sonar la flauta por casualidad”, se
encontró alguna cosa, con lo que el asombrado acabó siendo el propio don
Bonifacio, que no sabía explicárselo.
Diario HOY, 14 de octubre de 1982
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.