Uno se asombra de la serie de “mentidos”
y desmentidos que matizan nuestra administración pública, y la ligereza con que
se hacen unos y otros. Hay casos en los que más o menos estos tiene una trascendencia
relativa, como puede ser esto que ahora el español se toma a pitorreo de que
cuando se desmiente la subida de un producto —pongamos la gasolina— es que va a
subir inmediatamente, pero hay cosas mucho más delicadas en las que por estar
de por medio, al menos potencialmente, la vida de los ciudadanos, deberían
tomarse con menos ligereza que se las toma nuestra Administración.
No hace mucho, este político – incordio que es Pedro Cañada,
interpelaba al Senado pidiendo seguridades sobre la central nuclear de Almaraz.
En aquel entonces se “burreó” a Pedro
Cañada, haciendo ver que era un alarmista, afirmándose que no había peligro
alguno, echándole por delante —y por parte de la Administración— una serie de
plúmbeos informes técnicos sobre seguridad, etcétera, etcétera. Sus compañeros
en la gestión pública, quiero decir los políticos de otros partidos, también se
unieron al coro de los detractores de Cañada al que tildaron de subnormal,
alarmista, oportunista y otra serie de piropos, sin descender alguno a analizar
si Pedro tenía alguna razón en lo que afirmaba, sino pensando más en que
desacreditar a uno de otro partido era quitarse un posible enemigo de encima…
Vamos, algo así como lo de la fábula de los dos conejos que se lían a discutir
si lo que los persiguen son galgos o podencos, y acaban ambos en la boca de los
perros.
Esto es, más o menos, lo que ha sucedido a la vista ahora de lo que la
propia Administración publica reconociendo el posible peligro de escape radioactivo
de Almaraz II, a través de las declaraciones del director general de Energía
hechas en Gijón, que dijo que el grupo aludido entrará sólo a trabajar al
cincuenta por ciento por tener circuitos defectuosos, que podrían producir los
peligrosos escapes.
Ni que decir tiene que Pedro Cañada se ha anticipado a pedir que sea
la propia Junta de Extremadura la que se comprometa y pida seguridades, porque
en definitiva es él el que “ha sacado la
liebre”. Pero no se trata, y esto es lo importante, de que el tanto se lo
apunte Cañada y otro político, lo que importaría es que nuestros políticos de
cualquier color cuando está en juego la seguridad de sus convecinos, olviden
colores y credos partidistas y trabajen juntos, lección que al parecer no acabarán
de aprender nunca.
Diario HOY, 14 de agosto de 1982
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