La familia gitana más arraigada y de más prestigio en Cáceres fue, sin
duda, la del “Alfiler”. El “Alfiler” fue en su tiempo un gitano
bueno y hasta trabajador que estimaba todo Cáceres, y sus descendientes, creo,
siguen gozando el mismo prestigio que el abuelo gozó en vida, y siguen
considerados como unos cacereños más aunque sigan siendo “calés” por los cuatro costados.
Recuerdo que el propio “Alfiler”
y los suyos, hace ya muchos años, comenzaron a hacerse, con sus propias manos,
una casita en las inmediaciones de la Fuente del Concejo. Acarreaban con unos
burritos el material y trabajaban todos en el empeño de hacerse su vivienda,
hasta bien entrada la noche y a la luz de un carburo, lo que consiguieron,
aunque no sé yo si llegaron a habitarla o no. Pues bien, eso de que un gitano, aun con el prestigio
del “Alfiler”, trabajara no cayó bien
al resto de los de su raza porque decían que era dar un mal ejemplo, y la cosa
llegó a tanto que una noche, desde la oscuridad externa y mientras ellos
estaban trabajando en el interior a la luz del carburo, les descerrajaron dos
tiros de un pistolón de los que se cargan por la boca que, afortunadamente y
dado lo antiguo e imperfecto del artefacto, se quedó sólo en susto.
Quiere ello decir que siempre ha habido gitanos buenos y gitanos malos
e incordiantes. Porque también por aquel tiempo —como ahora viene pasando— donde
acampaba una tribu de estos últimos —casi siempre forasteros— no había forma de
echarlos. Por aquel entones, a una tribu de este tipo, le dio por acampar en la
tapia de la fábrica de la luz, o de harinas, que don Antolín Fernández tenía en
las afueras de San Francisco. Don Antolín hizo todo lo indecible por echarlos de
allí, pero no había forma; si los desalojaban los municipales o la propia
Guardia Civil, el desalojo duraba dos días, porque pasados éstos, esta tribu u
otra volvía a elegir el mismo lugar para poner su tienda.
Así las cosas, y viendo que no había forma de deshacerse de los
gitanos, alguien le recomendó a don Antolín un método que basado en la
superstición de esta raza, dio el apetecido resultado. Don Antolín contrató a
un pintor, y a lo largo de toda la tapia, le hizo que pintara los símbolos que
más asustan a los “calés”: culebras,
lagartos, calaveras con tibias cruzadas, esqueletos en actitudes fantasmales,
etc., etc. La cosa puede parecer ingenua, pero el hecho real es que la tribu
levantó el campo, y mientras aquellas pinturas continuaron en la tapia no
volvieron a establecer el campamento en ella. ¿Qué les parece el método?.
Diario HOY, 23 de julio de 1982
Saben ustedes si Ai más fotos pirke el alfileres son mis aguelos
ResponderEliminarBuenas tardes. No tenemos conocimiento de que las hayan.
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