lunes, 21 de agosto de 2017

Los viejos lugares de baño de los cacereños


Anterior a la proliferación de piscinas en Cáceres, donde las hay de tipo público y aun privado en la actualidad, para dar y tomar, ya que la mayoría de los chalet más o menos próximos cuentan con las suyas, instaladas con las garantías de depuración que se exigen en el momento, yo he conocido el Cáceres ayuno de piscinas públicas y privadas, donde la juventud de aquel entonces, cuando apretaban los calores, buscaban cualquier charco para remojarse en plena canícula.
Ni que decir tiene que en ellos no había las garantías sanitarias que hoy se exigen, ni el permiso paterno y familiar que hoy se concede. Sucedía que los chavales de entonces, sin que sus familiares lo supieran, se iban a remojar —y a veces a ahogarse— donde buenamente podían y luego tenían que disimular, hasta embarrarse con tierra o arena para que en casa no se notara que habían estado en tan peligrosas prácticas, porque aquí —todo hay que decirlo— había bastante miedo al agua y la mayoría de los cacereños de la capital no sabían nadar, o nadaban mal, en aquel entonces.
Entre los puntos próximos más utilizados entonces, figuraban las charcas o abrevaderos de ganado: la del Rodeo, la Musia, la Charca de la Bala, la del depósito de aguas del Vivero, que se llenaba con un molino de viento muchas de ellas desaparecidas ya.
Entre las que pudiéramos llamar de agua corriente, figuraba “El Marco” y el “Charco del tío Pepe”, en las inmediaciones de Fuente Fría, o los zonches que tenían las huertas para otros usos, que también se utilizaban para esto, entre los que figuró como más famoso el “Zonche Villegas”, frente a la gasolinera “Temis”. También estaban los depósitos de agua de las minas de Aldea Moret, entre los que era famoso “El cuatro”.
Más lejos estaban los Barruecos, en Malpartida, o los charcos que quedaban en el Guadiloba, pero eran más para la excursión dominguera, como lo eran los del Salor, por “El Galindo”.
En fin, que el darse un remojón entonces tenía sus visos de aventura y hasta el regusto de hacer algo prohibido. Muchos de mis lectores recordarán aquello y podrán apreciar lo que va a de ayer a hoy, transformación ocurrida en menos años de lo que podría pensarse. Hoy es raro el cacereño que no tiene el bono de piscina o hasta piscina propia y desde luego, ahora lo raro es no saber nadar, aunque siga ahogándose la gente.
Diario HOY, 13 de julio de 1982

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