(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
De las puertas que tuvo el recinto amurallado de Cáceres sólo faltan
dos: la de Mérida, cuyo arco se demolió por los años de 1794, y la del Socorro,
llamada también de Coria, que fue demolida a instancias del abogado cacereño
don Joaquín Muñoz Chávez —para aprovechar la piedra de ella en beneficio
propio— por el año de 1879.
Todas estas puertas, desde la Reconquista, estaban defendidas
espiritualmente por una advocación religiosa, de la que la mayoría tomaron
nombre, figurando sus imágenes en unas hornacinas que solían estar sobre las
puertas. Así podemos verlas aún en las que existen: Arco de la Estrella, con la
Virgen de la Estrella; Puerta del Cristo, con una del Crucificado; Arco de
Santa Ana, con una imagen de esta santa. Lo curioso del caso es que de las dos
puertas que faltan se ha conservado, no obstante, la hornacina que estuvo sobre
ellas y la imagen que en ellas figuraba, trasladándolas a un inmueble próximo,
tras demoler la puerta; así, en las inmediaciones de la del Socorro, en una
casa, y a la altura más o menos que estuvo el arco de la puerta, hay una
hornacina con la Virgen del Socorro, que le dio nombre, y en la de Mérida, en
un inmueble próximo, a donde estuvo la puerta, figura la del Nazareno, en su
hornacina, porque esta advocación fue la que figuró sobre la puerta
desaparecida. Esta puerta de Mérida fue la única que no tomó el nombre de la
imagen, como sucedió con las demás, porque nadie conoció dicha puerta por “Puerta del Nazareno”, que siguiendo la
tradición de las demás fue como debió llamarse.
En cuanto a la desaparición de la Puerta del Socorro, o de Coria,
diremos que se demolió en 1879 a instancias del mencionado don Joaquín Muñoz
Chávez, que lo solicitó así al Ayuntamiento, corriendo la obra a su cuenta, a
cambio del material de derribo de la misma. Informó favorablemente la
demolición el entonces arquitecto municipal don Emilio María Rodríguez García,
así como los miembros de la Comisión de Ornamento, don Pedro Ormaechea y don
Julián Iglesias, el primero contratista de obras que realizó el actual
Ayuntamiento y regidor de él por esas fechas, y el segundo comerciante y
también regidor del Ayuntamiento. El único vecino que se opuso fue Francisco
Cantos, que tenía una casa al lado y ello podría perjudicar a su fachada —que
se le arregló—. También protestó la prensa local de aquel entonces, lo que
provocó en 1880 la petición de informes de la Academia de Bellas Artes de San
Fernando, indignada por la desaparición del monumento, pero ya no había
remedio.
Diario HOY, 26 de agosto de 1982
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