Cada época tiene sus formas de entretenimiento que luego, cuando las
circunstancias varían, cambian totalmente. A nadie se le ocurriría poner ahora
un cine de verano, pero en la década de los 50 hubo auténtico furor por los
cines de verano y tuvimos cines de este tipo para dar y tomar En más, recuerdo
que hasta la familia Chacón tuvo uno en su “Huerta
del Conde”, en el que se estaba agustísimo, pero los mosquitos espantaron
la posible clientela.
El momento de los “cines de
verano” vino dado porque en aquel entonces lo del aire acondicionado en
sitios cerrados era privativo y no había televisión, que es el espectáculo
casero que ha dado abajo con muchas cosas, entre ellas la convivencia familiar,
que es más importante. Entonces, con el calor que nos solemos disfrutar en las
noches de verano cacereñas, no había otro remedio que echarse a la calle y
tratar de tomar el fresco en alguna terraza de bar (de las que también van
quedando pocas), o de forma más barata paseando por Cánovas o por alguna
carretera. Ello, pienso yo, hizo surgir los cines de verano, que comenzaron por
el de la Plaza de Toros. Entre los de más predicamento figuraban éste, como muy
popular, y el más selecto de Capitol, que se hizo precisamente para este fin.
Hubo muchos en barriadas, como el citado de la familia Chacón o el que
Severiano Población montó en la barriada de San Blas. En fin, que aquello
durante algún tiempo fue negocio y fue el punto de reunión de muchas familias
cacereñas que tras la cena temprana y aprovechando que los programas solían ser
“continuos” y sin muchas
preocupaciones se daban cita en el local no sólo para ver la película, sino
para pasar más agradablemente el calor de las primeras horas de la noche. Había
escenas muy curiosas, ya que en la mayoría había cierto “compadreo” por conocerse todos. Recuerdo una vez en que durante la
proyección comenzó a llorar un crío. Alguien desde atrás gritó:
—Dale teta.
A lo que una voz contestó:
—Si tiene quince años…
—¡Pues dale un bofetón!— apostilló el primero.
Ni que decir tiene que los acomodadores andaban locos con estas bromas
o con los chavales que se “colaban”
saltando las tapias… En fin, un entretenimiento casi familiar del que ahora no
queda más que el recuerdo.
Diario HOY, 3 de julio de 1982
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