Yo no sé por qué los heladeros la han tomado con la estatua de Gabriel
y Galán del paseo de Cánovas, pero o don José María en vida tuvo vocación de
vendedor de helados o el concejal que estos puestos distribuye así lo piensa.
Lo cierto y verdad es que ya, el pasado año, se armó la marimorena a cuenta de
colocarle —casi como de peana— a este vate de las letras extremeñas un puesto
de helados, y este año, cuando se distribuyen las ubicaciones de estos puestos,
le vuelven a colocar en sus mismos pies otro armatoste de este tipo. Lo único
que faltaba es que hubieran quitado la estatua para poner el puesto, o hubieran
puesto el puesto —valga la redundancia— encima de la peana, o hubieran metido a
la estatua en la caseta, para despachar helados y ahorrarse personal. Porque
ahora, con el puesto a los pies, mirando a la estatua con su libro en las
manos, uno acaba pensando que lo que don José María Gabriel y Galán tiene en
ellas más que un libro es un helado de corte, y esto es un “crimen de lesa cultura” que indigna al
más pintado.
Habrá que oír a don Valeriano Gutiérrez Macías —por citar a un
galanista de pro, que organiza ante ella actos anuales de tipo literario—. Lo
menos que puede decir don Valeriano es que a nuestro don José María le están
tratando de “fresco”, cuando tanta
insistencia tienen en convertirle en heladero.
En fin, la indignación general es grande, aunque hay que reconocer que
es una indignación refrigerada, ya que de puestos de helados se trata.
Lo que sí decimos es que la comisión o el concejal que estudió estas
concesiones de puestos de helados lo hizo muy a la ligera y sin recordar que ya
en años pasados había habido protestas por esta distribución. Por ejemplo, en
la avenida de la Virgen de la Montaña se puso otro que cerraba el paso a la
cabina telefónica y al poste de Correos pero, afortunadamente, se ha quitado de
allí, suponemos que ante las protestas de los usuarios de esos dos medios de
comunicación. Ahora sucede lo mismo con lo de la estatua de Gabriel y Galán, y
conste que no es porque se trate de ella, sino porque aquí andamos tan escasos
de monumentos ornamentales que, si encima los tapamos, no van a poder cumplir
su función. ¿Qué pensarían ustedes si alrededor de la fuente luminosa y en su
césped comienzan a autorizarse los puestos de Sandías y melones? Pensarían, y
lo decimos sin ánimo de ofender, que los “melones”
eran los que los habían autorizado. En fin, que las estatuas tienen su función
que no pueden obstaculizarse con un “intrusismo
heladero”, por muy refrescante que parezca.
Diario HOY, 9 de julio de 1982
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