lunes, 21 de agosto de 2017

El intrusismo heladero


Yo no sé por qué los heladeros la han tomado con la estatua de Gabriel y Galán del paseo de Cánovas, pero o don José María en vida tuvo vocación de vendedor de helados o el concejal que estos puestos distribuye así lo piensa. Lo cierto y verdad es que ya, el pasado año, se armó la marimorena a cuenta de colocarle —casi como de peana— a este vate de las letras extremeñas un puesto de helados, y este año, cuando se distribuyen las ubicaciones de estos puestos, le vuelven a colocar en sus mismos pies otro armatoste de este tipo. Lo único que faltaba es que hubieran quitado la estatua para poner el puesto, o hubieran puesto el puesto —valga la redundancia— encima de la peana, o hubieran metido a la estatua en la caseta, para despachar helados y ahorrarse personal. Porque ahora, con el puesto a los pies, mirando a la estatua con su libro en las manos, uno acaba pensando que lo que don José María Gabriel y Galán tiene en ellas más que un libro es un helado de corte, y esto es un “crimen de lesa cultura” que indigna al más pintado.
Habrá que oír a don Valeriano Gutiérrez Macías —por citar a un galanista de pro, que organiza ante ella actos anuales de tipo literario—. Lo menos que puede decir don Valeriano es que a nuestro don José María le están tratando de “fresco”, cuando tanta insistencia tienen en convertirle en heladero.
En fin, la indignación general es grande, aunque hay que reconocer que es una indignación refrigerada, ya que de puestos de helados se trata.
Lo que sí decimos es que la comisión o el concejal que estudió estas concesiones de puestos de helados lo hizo muy a la ligera y sin recordar que ya en años pasados había habido protestas por esta distribución. Por ejemplo, en la avenida de la Virgen de la Montaña se puso otro que cerraba el paso a la cabina telefónica y al poste de Correos pero, afortunadamente, se ha quitado de allí, suponemos que ante las protestas de los usuarios de esos dos medios de comunicación. Ahora sucede lo mismo con lo de la estatua de Gabriel y Galán, y conste que no es porque se trate de ella, sino porque aquí andamos tan escasos de monumentos ornamentales que, si encima los tapamos, no van a poder cumplir su función. ¿Qué pensarían ustedes si alrededor de la fuente luminosa y en su césped comienzan a autorizarse los puestos de Sandías y melones? Pensarían, y lo decimos sin ánimo de ofender, que los “melones” eran los que los habían autorizado. En fin, que las estatuas tienen su función que no pueden obstaculizarse con un “intrusismo heladero”, por muy refrescante que parezca.
Diario HOY, 9 de julio de 1982

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