Al bueno de Jesús Domínguez que no tiene que ver nada con nuestro obispo
aunque tengan el nombre y primer apellidos iguales, los informadores le
llamamos cariñosamente “el de los
menudillos”, por esa dedicación de ayuda al prójimo de la que ha hecho
norte e su vida, pidiendo a todo el mundo se inscriba para donar sus órganos
una vez haya concluido su vida. Jesús Domínguez Cuesta lo mismo ayuda en lo de
la donación de sangre que al trasplante de córneas, del de riñón, o cualquier
otro órgano interno a los que nuestro pueblo —de forma informal—llama “menudillos”. De ahí el nombre que lejos
de molestarle —al menos eso nos dice él— le cae bien, quizá por esa
constitución interna suya de bondad en la que pone por encima de todo su ayuda
al prójimo que lo necesita. Alguno le pone una nimia “pega” cual es la de formar parte de la sociedad que explota la grúa
de tráfico, que es un chisme antipático para muchos, pero que tenemos que
reconocer es necesario y que al fin y al cabo es una “industria” de la que vive gente, aunque nos “chinche” el que se lleve nuestro coche cuando lo dejamos mal aparcado.
Pero eso son otras historias,
A la que nos vamos a referir aquí es a la del miedo interno que la mayoría
de los mortales tenemos a hablar de algo que más o menos remotamente nos tiene
que llegar: la muerte. En este orden de cosas, más generalizada de lo que nos
puede parecer, se inscriben lo que tienen miedo a hacer testamento y acaban
muriendo sin testar, acarreando un verdadero problema a sus herederos, y
también, que todo hay que decirlo, los que tienen miedo a la donación de sus
órganos, aunque sepan que ello será una vez hayan fallecido. No es falta de
generosidad en las gentes —y lo decimos al filo de haberse celebrado el “Día del Donante de Riñón”— es más bien
una superstición arraigada desde siglos y relacionada con la intocabilidad de
los cadáveres. Eso de que a uno le “remuevan”
el suyo una vez fallecido no suele gustar.
Hay que hacer un esfuerzo de hombre civilizado y tener amor a nuestro
prójimo para decidirse a hacer estas donaciones. Este es el inconveniente con el
que chocan, a nivel popular, estas campañas que, no obstante, tienen su éxito, y
que nosotros deseamos que lo tengan, por lo que “aplaudimos sin reservas” a todos los que han logrado romper esas
barreras de superstición que todos llevamos consigo.
Diario HOY, 6 de junio de 1982
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