Hay noticias que a uno le hacen pensar seriamente en que la especie
hombre nos supervaloramos, cuando hay conductas animales que en su
comportamiento nos dan “sopas con hondas”
—como suele decirse— a los humanos. Este autocolocarnos como reyes de la
creación creo que en muchos casos nos viene grande. Me refiero a la noticia de
que un perro, propiedad de José Ricardo Boquera Valdés, le salvó de morir
congelado tras sufrir un desvanecimiento en un barrio de Gijón. El animal le
arrastró durante 300 metros y le tapó con su cuerpo para darle calor hasta que
la policía pudo auxiliarle. Es todo un ejemplo de amor y cariño por parte del
perro, del que estamos seguros José Ricardo estará orgulloso y agradecido. Pero
no es un caso único, hay algo en la conducta del animal, ocultos mecanismos que
no acabamos de comprender los humanos. A veces hay compensaciones en sentido
contrario, como en Cáceres fue el caso de muerte de la doctora Coca, prácticamente
de pena por haber visto atropellar y morir a su perro. Quien no haya tenido un
perro esto no lo comprenderá nunca, pero ahí están casos que lo comprueban.
Hace años, en Zorita, en una noche invernal y fría, se perdió en el
campo un niño de corte edad. Se le buscó sin resultados y se temió por su
muerte congelado, de la que se salvó gracias al calor que le prestaron dos
mastines de una majada que no le conocían y que tenían fama de feroces, pero
que estuvieron toda la noche dando calor al pequeño hasta que se le encontró
por la mañana.
Extraño suceso que nos habla de esos ocultos vínculos de amor entre especies
animales a los que no damos la importancia profunda que tienen. En contraposición
está la conducta del hombre para el hombre, que puede comprobarse en cualquier
problema de vecindad por lo mal que nos solemos llevar. En fin que, meditando
un poco, habría que dar la razón a la frase de: “Cuanto más conozco a la Humanidad, más amo a mi perro”.
Diario HOY, 18 de enero de 1985
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