Yo no sé si lo que voy a contar es una leyenda o es una tradición que
recoge un hecho histórico. Todos los historiadores a los que he leído y narran
el suceso, lo hacen con imprecisión de fechas y aún de nombres, pero algo de
verdad debió haber cuando se ha venido recogiendo desde entonces. Vamos con los
hechos: Las cofradías en la antigüedad, no eran sólo para hacer desfiles
procesionales, sino prácticas piadosas entre las que se contaba el acompañar a
los reos de muerte, portando sus cruces, hasta el lugar de la ejecución que,
aquí en Cáceres, en 1586 —fecha a la que se refiere lo ocurrido— era la Peña
Redonda.
A “garrote vil” se había
condenado en aquel entonces a dos jóvenes a los que se llevaba a ejecutar
acompañados por un Cristo de la parroquia de Santiago (que después recibiría el
nombre de Cristo de los Milagros). Había el rumor de que se los condenaba
injustamente y al tratar de hacerlo, por dos veces consecutivas, se quebraron
los cordeles con los que se trataba de ajusticiarlo y saltaron los clavos de
las manos del Cristo, que quedaron sueltas, “¡milagro!”,
comenzaron a gritar los cacereños que presenciaban el hecho y aun los propios
clérigos y religiosos. Tan evidente quedó el milagro que, dos moros —que
entonces los había en Cáceres— y que presenciaban aquello cayeron de rodillas
pidiendo ser bautizados, siendo posteriormente católicos verdaderamente cumplidores
de la doctrina abrazada.
Ni que decir tiene que los dos reos fueron perdonados.
Diario HOY, 5 de abril de 1985
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