Para saber lo que ha evolucionado la higiene en estos últimos años,
sólo tendríamos que fijarnos en el Cáceres de nuestros padres o abuelos, donde
era raro el que hubiera cuarto de baño en cada piso y el actual donde es
imprescindible que lo tenga en cada vivienda. Pienso yo que mucho del abandono
de nuestros pueblos, aparte de la emigración, han sido las incomodidades de una
vida que evolucionaba, sin que las estructuras del hogar lo hicieran en muchos
de nuestros pueblos en los que se tenía que seguir utilizando el corral para
ciertos menesteres —y ustedes me entienden— y donde el tener baño era casi un
privilegio. Los jóvenes de estos pueblos que habían probado la emigración, por
mal que se les diera, no deseaban volver a su lugar donde el corral seguiría
siendo el “baño” y donde sus hijos,
si habían nacido en el extranjero, veían aquello como un regreso a los
incómodos orígenes, en el túnel del tiempo. Quizá esta imagen se ha borrado de
muchos de nuestros pueblos, pero continúa en otros casi sin evolución. Suelen
ser pueblos preciosos para los ecologistas, que están un ratito en ellos, pero
incomodísimos para vivir y esto hay que reconocerlo, porque ha habido una
verdadera revolución en los métodos habituales de la higiene y hasta nos
resulta curioso leer intimidades de la vida de algunos personajes históricos, a
los que admiramos por otras cosas, sin pararnos a pensar lo mal que vivían.
De Isabel de Inglaterra dicen las crónicas que era muy limpia, porque
se bañaba una vez al mes lo necesitase o no. Nuestra Isabel la Católica se pasó
sin cambiarse de camisa hasta que se tomó Granada, y la blanca camisa quedó con
un tinte amarillento ocre, que por cierto se puso de moda y se le llamó “color a la isabela”, En fin, que ni aún
los personajes destacados de entonces vivían mejor de lo que ahora vive el
ciudadano de a pie, aunque les abandone el desodorante.
Diario HOY, 27 de febrero de 1985
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