martes, 5 de diciembre de 2017

Los mascarones de proa


Queramos o no, y aunque sea a mucho tiempo vista, ya ha comenzado en cierto modo la estrategia preelectoral de los diferentes partidos.
Yo comparo todo esto con las campañas de rebaja de los establecimientos, en las que hay que llenar de carteles todos los escaparates y ofrecer cuantas “gangas” se pueda imaginar el posible cliente, aunque luego dichas “gangas” no sean más que de escaparate.
—“A ver, deme uno de esos zapatos que anuncian a mil pesetas”.
—“Pues cuánto lo siento, pero como son pares sueltos no los hay de su número”.
Con los partidos pasa igual, una cosa es lo que prometen llegado este tiempo preelectoral y otra lo que van a cumplir una vez “estén montados en el macho”, como suele decirse. Ya lo hemos visto con el socialismo, cuya justificación sobre los 800.000 puestos de trabajo —que le sumaron sus votos— y otras promesas, quedó en el decir que una cosa es lo que se promete en las campañas y otra la que se pueda cumplir; vamos, algo así como el “Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita”, refiriéndonos a los votos, claro.
Ello quiere decir que los españoles hemos aprendido mucho, desde las primeras elecciones —a las que fuimos con los ojos cerrados— a éstas que se aproximan y, pienso yo, que algo de esto se reflejará en ellas.
Lo primero que hemos aprendido es que los partidos de férrea disciplina pueden beneficiarnos menos que los de disciplina un poco más abierta. En los primeros, el líder local o provincial dirá “Amén” a lo que decidan sus altos jefes de Madrid —nueva forma de centralismo que hemos rechazado tantas veces— y la prueba de ello lo podemos tener en la supresión del ferrocarril. A esos partidos, antes de votarles, hay que preguntarles qué tienen decidido sus altos cargos sobre nuestra ciudad, provincia o región, y si no nos convence, no votarles por muy buena persona que nos parezca el que los representa a nivel local, que será sólo un “mascarón de proa”.
Diario HOY, 30 de enero de 1985

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