A todos nos preocupa la meta de entrada de la CEE, en el Mercado Común,
quizás porque no tenemos otra meta a la vista y porque nos han mentalizado en
el sentido de que entrar en la CEE, es algo así como entrar en la Jauja de los
cuentos infantiles, aquella que tenía las casitas de turrón, donde las perdices
estaban guisadas y a mano de quien quisiera cogerlas y donde ataban a los
perros con longanizas y hasta la polución era a base de azúcar molido. Un
verdadero sueño, que nos han ido poniendo delante, como al burro la zanahoria,
pero que nunca acabamos de alcanzar. Es como un espejismo de los del desierto
que, cuando lo tienes a mano se hace aire, o lo ves más lejos aún.
Comenzó la cosa cuando vivía aún Franco. Se nos decía entonces —no sé
quién, pero se decía y se escribía— que nada más muriera Franco y se instalara
una democracia en España entrábamos de golpe en el Mercado Común, se nos
devolvería Gibraltar por parte de los británicos, desaparecería la ETA, que no
tenía razón de ser en democracia y hasta dejarían de apresarnos los barcos los
moros.
Llegó la democracia y el espejismo se marchó más lejos y ahí está
últimamente Morán para explicarlo: “Los
ajustes de la agricultura, la readaptación industrial para no causar
trastornos, la gestión no es fácil y es delicada, etc., etc.” y el
espejismo se nos ha ido más lejos cada vez que lo tenemos a mano. Lo que no se
nos ha explicado claramente es qué vamos a sacar los hombres de la calle del
Mercado Común en cuanto a ventajas. ¿Poder viajar sin pasaporte?, ¿baratura en los
artículos? Si es por lo del intercambio ahí tenemos en Cáceres una treintena de
mendigos portugueses que nos llegan del vecino país, yo no sé si será como
anticipo de la CEE, pero si tardamos mucho en entrar, entraremos también como
mendigos —tal y como están las cosas— al menos Portugal ya marcha delante, cosa
que tampoco debe ser consuelo para nadie.
Diario HOY, 26 de enero de 1985
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