Hay muchos padres que se molestan porque sus hijos, en determinada edad
—que antiguamente se llamaba “del pavo”—
se visten de mamarracho y tratan de llamar la atención por todos los medios. No
hace tanto fue la moda de las melenas lo que sacaba a los padres clásicos de
quicio; ahora son los “punkies”
vestidos de nazis y con crestas de colores los que llegan a España, después de haber paseado hace años el
continente entero (porque también las modas nos llegan muy tarde) y son los
chavales que se unen a este movimiento, o al menos se visten de ese modo, los
que indignan a muchos padres clásicos que se avergüenzan de tener un hijo
crestudo, que se tiñe el pelo de colores y pasea por esas calles hecho un
mamarracho, a juicio de su progenitor.
Bien, yo pienso que muchos padres se preocupan innecesariamente porque
en todos los tiempos se “cocieron habas”
—también en sus juventudes correspondientes, aunque lo hayan olvidado— y lo que
importa de estos muchachos es más bien su contenido que su continente.
Para mí, mayor preocupación para los padres debe ser que el hijo se
les haga adicto a la droga, aunque vista clásico, que el que vista como le
apetezca, por ese deseo de llamar la atención que todas las juventudes han
tenido cuando pasaron sus respetivas “edades
del pavo”; porque, oiga, esto de la juventud —por desgracia, es una
enfermedad que se cura con los años.
El hombre, al pasar a la pubertad, tiene el deseo de formar su
personalidad tratando de que se ocupen de él, lo que le suele dar la seguridad
de la que en ese momento carece, por lo que, unas veces, se monta en una moto
que hace mucho ruido, o se deja melena, o se viste de sota de la baraja, o de “punky”, que para el caso es lo mismo. El
caso es que le critiquen, digan que es un revolucionario y las chicas se fijen
en él. Como ve, todo normal.
Diario HOY, 9 de marzo de 1985
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