La cosa va pasando de castaño oscuro y no hay derecho a que por un
loco ande la gente soliviantada. Nos referimos al que se ha dado en llamar “el loco de la bomba”, que al parecer es
más de uno, ya que las llamadas que se vienen produciendo son dos voces
distintas. Como ustedes recordarán por las informaciones que se han venido
dando, se trata de una o varias personas que se divierten llamando al teléfono
de la Policía, o al de un medio de comunicación, anunciando que ha puesto una
bomba en tal o cual sitio y que explotará dentro de unos minutos. Primero
fueron en centros de enseñanza, después en varias ocasiones en la estación de
autobuses (donde parece ser la tiene tomada); no hace muchas fechas, el anuncio
de bomba fue en los puentes del Tajo a su paso por Alconétar. En éstas y en
otras muchas ocasiones —aunque se supone es el mismo bromista— se montan los
consiguientes servicios, se busca la bomba, se desalojan los alrededores, con lo que parece que “el loco de la bomba” se lo pasa “bomba” —valga la redundancia—.
Últimamente el anuncio se ha vuelto a centrar en la estación de
autobuses, donde se desplazaron las patrullas y los servicios de seguridad, con
resultado negativo en la búsqueda. No obstante, el loco o el grupo que da estas
bromas de mal gusto, que cada vez son más audaces, volvió a llamar de nuevo
para decir que “la vida de muchas
personas estaba en peligro”, etc., etc.
Uno no acaba de entender la personalidad enferma de este loco, o de
este grupo. Si es un exhibicionista con inclinación morbosa, uno no alcanza a
comprender qué saca de ello, cuando su nombre queda en el anónimo y la gracia
no es tal cuando se alarma a toda una población. Se le acabará cogiendo, pero
desearíamos que, en este caso, al menos no se silencie su nombre.
Diario HOY, 10 de enero de 1985
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