Pasó la noche de ilusiones infantiles y llegó el día de la alegría del
regalo, de la sonrisa, que bien vale el sacrificio que los mayores hicieron por
los niños, crean o no en los Reyes Magos. Yo pienso que los mayores también
debemos sentirnos un poco niños en estos días. Las ilusiones hay que saber
vivirlas con ojos infantiles y esperar también, con la misma ilusión que cuando
éramos niños, porque es curioso comprobar que todos los mayores, en el fondo de
nuestro corazón, seguimos siendo el mismo niño que fuimos hace muchos años. El
tiempo pasa para los demás y para el propio espejo que nos ve canosos, calvos y
arrugados, pero en el fondo de nuestro corazón seguimos siendo el mismo
ilusionado niño que fuimos hace muchos años, aunque la sociedad y la convivencia
nos hagan ser personas “mayores y
formales” a las que se les veda la locura de cualquier sueño infantil.
¿Cuántos padres hay que compran el tren eléctrico al hijo para disfrutarlo
ellos también un rato, con el pretexto de que el niño puede romperlo? Yo pienso
que son muchos, como muchos son los que no se atreven a echarle ilusión a la
vida y fantasía, aunque no sea más que la fantasía de una carta a los Reyes
Magos, que no va a ninguna parte.
Por lo dicho, me he tomado la libertad de escribir esta carta, un poco
para todos los cacereños: “Queridos Melchor, Gaspar y Baltasar, que vivís en lo
más profundo de nuestros sueños infantiles. Traernos la ilusión a todos los
cacereños, la esperanza de vivir y creer en la bondad y la justicia de los
demás. No le echéis el carbón de la envidia a ningún cacereño y darles aciertos
a los que nos gobiernan, sean del partido que sean, para realizar su función
con la alegría de pensar que trabajan para el bien de todos y no en beneficio
propio”.
Diario HOY, 6 de enero de 1987
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