La cosa no es nueva y hasta estoy por decir que es conocida de casi
todo el mundo: la mendicidad es un negocio, aunque a veces sea el único negocio
que no paga impuestos y se permite en una sociedad con casi tres millones de
parados. De ahí, pienso yo, que viene la permisividad que ahora se tiene con
los mendigos, agarrándose un poco a que, democráticamente, a nadie se le puede
privar la libertad de pedir socorro a los otros, ni a los otros de darles el socorro
pedido. Pero de ahí a convertir la mendicidad en un negocio permitido, sólo hay
un paso.
Todos sabemos que las familias de mendigos portugueses que ahora están
en Cáceres tienen un negocio itinerante, con furgonetas en las que viven y
viajan, y que se suelen distribuir diariamente por la ciudad para, adoptando
posturas menesterosas, poner el cartel y, al final de la jornada, recoger el
dinero de todos, recontarlo y llevarlo a una entidad bancaria de donde irán
tirando de él según necesidades. Lo que dice el cartel de que “estoy parado, tengo tantos hijos, etc”
es sólo verdad a medias ya que no van a poner: “vivo de pedir, soy un profesional y tengo que alimentar a una familia”.
Lo que yo no sé es si, no teniendo la nacionalidad española, pueden venirse a
España a montar este negocio cuando aquí tenemos nuestros propios mendigos.
Luego está el mal trato a los niños mendigos por parte de sus padres.
La Policía Municipal recoge un caso escalofriante sucedido con una niña a la
que el padre obliga a llevar una determinada cantidad de dinero a casa y si no
la maltrata, causándole lesiones, como pudo comprobar un médico que recogió a
la niña y pasó a reconocerla.
Hay entidades de caridad y socorro y creemos que hay una legislación
–aplíquese o no— por la que no puede maltratarse a los niños ni obligarles a la
mendicidad. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato?
Diario HOY, 18 de febrero de 1987
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.