Estoy seguro que en Cáceres casi se ha perdido la afición a los gallos.
En nuestra ciudad, que existe todavía aún una calle llamada “Reñidero de Gallos” y que se recuerda a
galleros de tanta fama como el célebre Diego “Reculo”, que recibió el mote del nombre de su gallo, que murió de
viejo sin que otro gallo fuera capaz de vencerle y cuyos restos, en vez de
haber terminado en un puchero familiar, fueron enterrados, con todos los
honores, al lado del olivo de “La
Pavillita” donde, dicho se de paso, era el lugar de reunión de los últimos
famosos galleros cacereños, para meditar, y yo creo que hasta para rezarle
algún “padrenuestro” al gallo “Reculo”.
En esta ciudad, provincia y región que exportó, con los
conquistadores, la afición a los gallos y sus peleas al mismo Méjico, donde “galleó” el mismísimo Hernán Cortés; en
esta ciudad, digo, si no se ha perdido del todo la afición a los gallos, al
menos ha quedado algo disminuida y reducida a Quesada y algún otro aficionado
que siguen manteniéndola a trancas y barrancas. Pues bien, estos últimos
galleros cacereños están indignados con la Generalidad de Cataluña por la ley
que quiere poner en práctica en su territorio de prohibir las peleas de gallos,
el tiro de pichón y hasta denunciar a los ciudadanos que maltraten a sus
animales domésticos, aunque no se han atrevido a tocar —aun— las corridas de
toros. “Se llega a prohibir —nos
dicen— hasta la venta de animales a
menores no emancipados, aunque se consiente maltratarlos para trabajos científicos
y, puestos a pensar mal, hasta para embutirlos en las butifarras. Que se
enteren antes, de que la raza de gallos de pelea, igual que la de toros de
lidia, son razas hechas para la lucha, por lo que no hay derecho a que tomen el
rábano por las hojas, sin entender que es esto de la gallería, porque su
actitud puede poner en moda estas prohibiciones, lo que no nos gustaría.”
Diario HOY, 19 de febrero de 1987
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