Hay una queja unánime por la inoperancia municipal en muchos sentidos.
En cuanto a normas, ordenanzas y otras “zarandajas” legislativas, nuestro
Ayuntamiento es tan capaz como cualquier otro ayuntamiento, pero donde fallan
las normas es cuando llega el momento de tomar decisiones y poner las cosas en
su sitio, porque al parecer —y según dicen los de dentro— el alcalde no quiere
indisponerse con nadie y procura que las cosas sigan como están o se arreglen
solas, un poco como en el poema de Machado (Manuel, menos conocido por haber
estado en zona nacional) que decía: “que
las olas me traigan y las olas me lleven, pero jamás me obliguen el camino a
elegir”.
Hay muchas cosas que, por mucho que pase el tiempo, no se arreglan
solas y terminan envenenando la convivencia. Uno de estos casos es el de las
protestas por los ruidos nocturnos, en horas de descanso, que producen los
establecimientos públicos, que suelen poner los aparatos musicales a pleno
volumen, no dejando dormir al vecindario de los alrededores en horas en las que
debe estar vigente el tan traído y llevado “Bando
del Silencio”. Para la Policía Municipal, que atiende cualquier llamada del
vecindario, lo que pasa con algunos establecimientos es un verdadero toreo.
Tras la llamada, llegan al establecimiento ruidoso a rogar que bajen la música
o las voces, lo que hacen mientras los guardias están allí, para volver a subir
el nivel de ruido nada más que han desaparecido.
No digo yo que siempre tenga razón el vecino que llama, porque los
puede haber que lo hagan por fastidiar al del establecimiento (que se han dado
casos) pero el que incumple es el del bar y si lo comprueba los guardias, las
denuncias —que tienen un determinado trámite— deberían continuar adelante y no
quedar sobreseídas, como parece ocurre ahora. Hacerlo así es tomar el pelo a
los guardias y a los vecinos.
Diario HOY, 5 de marzo de 1987
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