En los ayuntamientos, como en las casas particulares, lo más
deslucido, pero lo más importante para la calidad de vida de quien los habitan,
es la conservación de las pequeñas cosas.
De las grandes cosas y proyectos ya hay quien se ocupe, porque esas
gestiones son más lucidas y gratificantes en todos los sentidos que las
pequeñas atenciones que producen mucho trabajo y poco lucimiento.
Viene esto a cuento de que casi tenemos en puertas unas elecciones
municipales y habrá que sopesar todas estas pequeñas cosas que nos hacen grata
o ingrata la vida y la estancia en la ciudad. Los grandes planes son los
normales de todos los ayuntamientos de cualquier color, pero la atención diaria
de tapar el bache de la calle, o el acerado que se hunde, o la tapadera que
falta de una tragante, cosas que atentan contra la integridad física del
ciudadano, que será el que vote, son las que hay que atender y las que ahora,
todo hay que decirlo, están más desatendidas que nunca. No sabemos por qué se
dará este fenómeno en nuestro actual Ayuntamiento en mayor medida que en ayuntamientos
anteriores, si porque “no reparte juego”
el alcalde o porque los ediles tienen tal desinterés por esas pequeñas cosas
—que repetimos, no gratifican— que ni se ocupan de ellas y acaban diciéndose: “Que el alcalde se ocupe de todo.” Porque
la verdad es que, en grandes proyectos, el Ayuntamiento ha llevado una
importante gestión en muchos sentidos, pero se ha olvidado de esa función
callejera y diaria de tener las calles sin baches, procurar las menos molestias
al vecindario, atendiendo sus demandas; ocuparse del encendido de luces, que en
muchos casos están apagadas, sin que el vecino sepa a quién protestar; tener a
punto la ornamentación, que está totalmente olvidada. En fin, atender esas
pequeñas cosas que no dan prestigio, pero que hacen más grata la vida al
vecindario.
Diario HOY, 9 de enero de 1987
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