Desde luego cada día va siendo más problema lo de la “tercera edad”,
porque en el mundo entero prácticamente no se sabe qué hacer con los viejos,
sin que los viejos tengan la culpa de ello. El control de la natalidad y la
prolongación de la vida media del hombre han traído como consecuencia que en
general la población se envejezca, haya menos jóvenes y cada día más viejos
que, tras su jubilación, viven —o mal viven— muchísimos años. Así de claro hay
que decirlo para que todos lo entendamos. No nos vamos a remontar a las causas
que han motivado todo esto, como es la del paso de una sociedad agrícola a una
semi-industrializada, o industrializada del todo. En la antigua sociedad agrícola,
de tipo patriarcal, el abuelo era un símbolo respetable y respetado por todos;
en la sociedad industrial de consumo, en
la que todos tienen que trabajar —o “salir a lo que caiga”— el anciano es una
carga, por lo que aun soterradamente, hay hasta una “malquerencia” contra los
viejos que, por otra parte, es absurda, cuando en esta sociedad las grandes
naciones las dirigen ancianos; véase el caso de Breznev o Reagan, que pasan de
los setenta años; o el de todos los consejos de administración de las grandes
empresas, cuyos puestos directivos están ocupados por gentes que pasan de los
sesenta y cinco… aunque sean ellos mismos los que digan: “hay que dar paso a la
juventud”. En fin, el mundo tiene modas y aunque ahora no haya “consejos de
ancianos” —como en las viejas tribus— de una forma declarada, sí los hay de una
forma efectiva, aunque disimulada.
Pero todo esto tiene una consecuencia , que es a la que queremos
llegar. No hace mucho, en la televisión, se mantuvo un coloquio en el que se
puso de manifiesto lo insuficiente de la pensión de los mayores para u propia
subsistencia, porque estas pensiones —aun siendo suficientes cuando se
jubilaron— han quedado congeladas, creando un malestar y un malvivir entre la
extensa clase de jubilados con los que se comete la injusticia de haberlos
exprimido como a limones durante su vida activa y ahora no atenderlos como
merecería el que quemó su vida en bien propio y en el de la sociedad en que
vivió Pero hay un contrasentido más: para que haya puestos de trabajo —que
tanto escasean— se estimula la jubilación anticipada. ¿Pero quién va a
anticiparla si sabe que con la devaluación y la poca atención a las pensiones
se le quedará corta nada más que le de por vivir unos años, por pocos que sean?
Diario HOY, 7 de febrero de 1982
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