
Don Fernando se casó con Germana, cuando ésta tenía 18 años, en 1506,
fecha en la que el rey contaba 54. Al morir, en Madrigalejo, la reina Germana
contaba 28 años y el rey 64, lo que para aquel entonces en que la vida media
del hombre era menor, suponía una plena ancianidad. Había entre ellos treinta y
seis años de diferencia.
Se cuenta, y esto es quizás lo más curioso de la historia, que la “belleza” de su joven esposa fue para él
un manantial continuo de inquietudes, porque la disparidad de sus edades y la
afición de aquella a los placeres frívolos, hacían a Germana muy poco a
propósito para acompañarle en su vejez.
El rey quería a toda costa tener un heredero con Germana, puesto que
no deseaba que le heredara su nieto Carlos, al que tenía gran malquerencia.
Consiguió tener un niño, pero vivió sólo unas horas. Crecieron entonces más las
ansias de don Fernando por conseguir el heredero y a “fin de dar mayor vigor a sus naturales recurrió a medios de artificio”.
Las medicinas que tomó produjeron el efecto contrario, por lo que pasaba la mayor
parte del tiempo en el campo, para reponerse y, por esta circunstancia, estuvo
cerca de Plasencia en una finca del Duque de Alba. De allí reanudó el viaje a
Andalucía, pero se cuenta que cerca de Madrigalejo el mal que padecía se agravó
por tomar una pócima para vigorizar su “hombría”
y hubo de trasladárselo a la Casa de Santa María, de Madrigalejo, ya en muy mal
estado, por lo que murió en la madrugada del 23 de enero de 1516, cuando
contaba 64 años.
De allí se le llevó a enterrar a Granada, tendiéndose “cierto tupido velo” sobre los verdaderos
motivos de su muerte que —si es cierto el rumor de este entresijo histórico—
son debidos a recurrir a “medios de
artificio” para vigorizarse.
Diario HOY, 9 de mayo de 1982
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