
Y cuando llegamos a jóvenes, no había “huevos que comer” porque se los comían los ex combatientes, los
héroes —que eran inmortales o lo parecían—, los adeptos al Movimiento, las
viejas guardias de todo tipo, que copaban todos los puestos de cualquier
oposición o de cualquier prebenda.
Nueva espera y el deseo de decir: “Pues
bien, aunque ahora no mandamos en nada, ni se nos escuche, ya llegarán nuevas
generaciones sobre las que podamos ejercer, no una dictadura, pero sí una
mentoría, porque serán nuestros hijos que no queremos pasen lo que nosotros
hemos pasado…” Pero surgió la moda de no traumatizarlos, de no reñirles por
aquello de “no crearles complejos”,
de dejarlos ser y estar a su aire y volvimos a tener que silenciar lo que
pensábamos, porque nuestras historias eran “batallitas
inaguantables” que les importaban “un
pito”… y quizás tuvieran razón.
En fin, fuimos una generación sacrificada, entre la de los héroes y la
de los “pasotas”, que vivió el cambio
asombrándose de que, en muchos casos, los amigos héroes tenían también los
carnets más antiguos de los partidos proscritos anteriormente, quizás “nada entre dos platos”, pero mereció la pena
vivir la experiencia.
Diario HOY, 8 de mayo de 1982
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