La generación a la que yo pertenezco la llamaba el poeta Alfonso
Albalá, fallecido ya, que también pertenecía a ella, la “generación bocadillo”. Se explicaba del siguiente modo: Nosotros
fuimos los niños de la guerra civil, pero que no fuimos a la guerra; pasamos
todas las calamidades de ella: hambre, desnutrición, mercado negro, bombardeos,
pérdida de los seres queridos…, pero no fuimos héroes, porque no teníamos edad
para ello. Teníamos que admirar por obligación a los que estuvieron en el
frente de nuestra guerra, y de Rusia con la División Azul, pero éramos una
generación estática, admirativa, a la que no se nos permitía opinar en nada. Se
nos ponía como ejemplos a imitar el de los héroes, que habían estado en los
frentes y volvían cargados de medallas, a los mayores que, sin haberlo estado,
presumían de las mismas medallas. Se nos simplificó el bien y el mal en la
política en “rojos y azules” y cuando
intentábamos algo, aunque fuera opinar, se nos decía aquello de: “Ya llegaréis”, o lo que es más drástico:
“Cuando seáis padres, comeréis huevos”…
Y cuando llegamos a jóvenes, no había “huevos que comer” porque se los comían los ex combatientes, los
héroes —que eran inmortales o lo parecían—, los adeptos al Movimiento, las
viejas guardias de todo tipo, que copaban todos los puestos de cualquier
oposición o de cualquier prebenda.
Nueva espera y el deseo de decir: “Pues
bien, aunque ahora no mandamos en nada, ni se nos escuche, ya llegarán nuevas
generaciones sobre las que podamos ejercer, no una dictadura, pero sí una
mentoría, porque serán nuestros hijos que no queremos pasen lo que nosotros
hemos pasado…” Pero surgió la moda de no traumatizarlos, de no reñirles por
aquello de “no crearles complejos”,
de dejarlos ser y estar a su aire y volvimos a tener que silenciar lo que
pensábamos, porque nuestras historias eran “batallitas
inaguantables” que les importaban “un
pito”… y quizás tuvieran razón.
En fin, fuimos una generación sacrificada, entre la de los héroes y la
de los “pasotas”, que vivió el cambio
asombrándose de que, en muchos casos, los amigos héroes tenían también los
carnets más antiguos de los partidos proscritos anteriormente, quizás “nada entre dos platos”, pero mereció la pena
vivir la experiencia.
Diario HOY, 8 de mayo de 1982
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