(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Hay cosas que evolucionan la mar de deprisa y otras no tanto. Con todo lo que nos quejamos
del mal estado de muchas de nuestras carreteras, tenemos que reconocer que el
uso de ellas desde principios de siglo a hoy ha variado tanto que hasta nos
hemos olvidado de cómo estuvieron antes y del tiempo que en ellas había que
consumir para ir a cualquier sitio. La velocidad de desplazamiento del hombre
es algo que ha aumentado al ciento por uno. Por ejemplo, refiriéndonos a un
desplazamiento a Madrid desde Extremadura, no hace tanto —sólo a finales del
siglo pasado—, era una verdadera aventura para la que había que hacer hasta
testamento. Hoy, cualquiera en su propio vehículo va y viene en el día, o se
pone allí en muy pocas horas... Esto si se les hubiera explicado a las gentes
de entonces no hubieran pasado a creerlo.
Decimos esto, porque leyendo el diccionario de Madoz, editado a
finales del siglo pasado, uno se asombra de lo limitado que en el tiempo
estaban lo viajes. Por ejemplo, en aquel entonces, el correo nos llegaba por la
carretera general de Extremadura, que es poco más o menos la que hoy llamamos
N-V; de Madrid a Badajoz se contabilizaban 64 leguas de postas, que recorría
dicho correo en 46 horas. A Cáceres eran 49 leguas que el correo hacía en 35 horas,
apartándose la carretera —como ahora— en Trujillo, y a Plasencia el correo
venía por la misma carretera, apartándose en Almaraz, en un recorrido de 41
leguas que se hacía en 30 horas. Esto era diario pero implicaba el que durante
el trayecto, la diligencia que traía el correo, tenía que cambiar un montón de
veces de caballos y hasta se tenía que hacer noche en alguna de estas casas de
postas en un viaje que era una aventura diaria y al que ahora no damos
importancia alguna. Todavía, al borde de esta carretera, vemos unos caserones
abandonados que eran las casas de postas a las que nos referimos, en las que no
sólo había caballos de refresco sino lugar para comer y dormir. Esta finalidad
tuvo la llamada “casa de la Venta de la Matilla”, que se construyó en el camino
a Trujillo porque, según dicen estos libros antiguos, en aquel descampado había
mucho peligro de ser asaltado por los bandidos. Más tarde, y ya en nuestros
días, la reparación y vigilancia de carreteras corrió a cargo de las casas de
peones camineros, que eran verdaderos refugios para todos, y que es lástima
desaparecieran... ; pero en fin, esto es ya historia pasada, en la que no está demás
meditar de vez en cuando.
Diario HOY, 16 de febrero de 1982
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