Ya que estamos en los prolegómenos electoralistas, sería ocasión de
montar escuelas para políticos. Yo sé que algunos de nuestros políticos se han
preocupado de asistir a algunos cursos de bien hablar u otras materias, pero yo
me refiero a escuelas en las que se les enseñe en serio, porque es lástima que
tengamos que confesar que la política está ahora sólo en manos de aficionados.
Si ustedes lo piensan bien, aquí, excepto el Rey, al que se educó desde niño
para serlo, el resto de los que mandan, o intentan mandar, son simples
aficionados a la política que no han recibido una educación como tales
políticos y como me dicen pasa en Inglaterra u otros sitios, donde al líder se
le educa para político desde niño. Aquí hay simples aficionados, y si me apuran
hasta espontáneos que se lanzaron al
ruedo con un palo por muleta, un trapo rojo y más intuición que conocimientos.
Y estas improvisaciones —por mucho que se diga— no suelen salir bien.
Ustedes imagínense que, por ejemplo para hacer un puente no se exigiera
el título de ingeniero, sino que se eligiera al director de la obra por
votación popular. Ya me dirán qué puente podría salir.
Ahora mismo, para ser guardia municipal, se exige preparación física,
unos conocimientos del cargo, unos temas y hasta la Constitución, cosa que no
se exige a ningún político ni a ninguno que aspire a serlo. Aquí, para ser
barrendero —dicho sea sin ánimo de ofender a estos profesionales— se exigen
unos conocimientos mínimos y una experiencia que no se exigen para ser
político.
Pasen ustedes revista a los que tenemos a todos los niveles. ¿Qué
sabemos de ellos? de don Fulano, que es a lo mejor un buen ingeniero porque
realizó estos estudios; de don Mengano, que acabó la carrera de abogado, y de
don Zutano que era un buen mecánico porque realizó estos estudios. Pero políticos,
políticos, educados para tales, díganme ustedes cuánto tenemos. Yo creo que se
cuentan con los dedos de una mano y todavía nos sobran cinco.
Ahora, si se me convence de que el partido —el que sea— les insufla la
ciencia infusa, santo y muy bueno, que yo diré “amén”, como venimos diciendo
muchos españoles desde hace años.
Diario HOY, 28 de abril de 1982
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