(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
La “Fiesta del Árbol” fue un
invento cacereño. Se trataba de encariñar a los escolares con los árboles, y
para ello se hacía una fiesta en la que los niños de aquel entonces plantaban —mejor
diríamos, ayudaban a plantar— unos determinados árboles, en los paseos,
comprometiéndose ante las autoridades a defenderlos y preocuparse porque el
nuevo plantón siguiera su curso normal hasta ser un árbol adulto. La fiesta
solía revestirse de cierta solemnidad y tuvo un indudable arraigo en nuestra
ciudad, de donde se tomó para hacerla en
otras poblaciones y a un nivel nacional más alto, desapareciendo todo este
empeño de encariñar a las nuevas
generaciones con los árboles a raíz de la contienda civil.
El primer domingo de abril de hace cincuenta años, por este sistema,
se plantaron los árboles, muchos de los cuales aún figuran en lo que se llamaba plaza de la Peña
Redonda, después plaza de Italia y ahora del Alcalde Canales.
Precisamente, don Antonio Canales, a la sazón alcalde de Cáceres y uno
de los impulsores de esta fiesta, estuvo presente en ella; los escolares, en
grupos de dos o cuatro, sujetaban el plantón de árbol que le había
correspondido, mientras los jardineros procedían al enterrado de sus raíces, y
era el propio alcalde el que, grupo por grupo, aleccionaba a los escolares,
tomándoles el compromiso de defender y cuidar su árbol. Tras ello, a cada
chaval se le daba una merienda, consistente en un bollo de pan con una pastilla
de chocolate y una naranja... y todos marchaban contentos, con la obligación de
pasar diariamente para ver cómo iba su árbol y se producían las lógicas escenas
de mantener hasta alguna discusión con otros chicos si trataban de dañar al “hijo vegetal”.
Ni qué decir tiene que ello suscitaba el cariño hacia los árboles en
la chiquillería de entonces, que al fin y al cabo era lo que se pretendía. Era
una iniciación al amor ecológico del que ahora tanto se habla, pero nada más.
Es, si se quiere, un recuerdo, pero que tenía su trascendencia y es lástima que
todo aquello —quizás por falta de imaginación— haya desaparecido.
Diario HOY, 6 de abril de 1982
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