Pedro de Lorenzo, cacereño y maestro en el escribir y en otras muchas
cosas acaba de publicar su última novela según él mismo confiesa, diciendo: “Nunca más volveré a la novela”. Su
título, según he leído ya que yo aún no la conozco, es “Episodios de la era del tiburón” (barbarie y ternura de un pueblo en el esperpento) y en la
presentación que de la misma hace el autor dice que recoge la vida española de
1939 a 1975.
Por mi parte he de confesar que tengo gran curiosidad en leer el
mencionado libro que cierra su ciclo de “Los
descontentos” y la saga de Alonso Mora. Sería osadía por mi parte, aun a
pesar de la amistad que de hace muchos años me une con el autor, tratar de dar
mi opinión sobre algo que aún no conozco y aun sobre la serie aunque me fuera
conocida. Ni eso es asunto de esta columna, ni cabe aquí la crítica, ya que
esta “ventana” se viene refiriendo
más a la vida ciudadana actual y antigua que a otra cosa.
Lo que sí quiero decir, porque eso sí atañe a un Cáceres que yo
todavía alcancé a vivir, es algo que creo está casi olvidado por el mismo Pedro
de Lorenzo y aun por los cacereños actuales, aunque no por los que casi niño lo
conocieron y trataron cuando este gran escritor —y cacereño aunque algunos lo
duden— “apuntaba muy alto”. Cuando él y algún amigo más se iniciaban en
la literatura a trancas y barrancas, viviendo una imaginada bohemia en algún
viejo café cacereño ya desaparecido. Esto sí es una página de Cáceres ocurrida
cuando el escritor consagrado que es hoy Pedro de Lorenzo no había aún “volado fuera de su tierra” y por ello
tiene cabida en esta secioncilla.
Pedro de Lorenzo acaba de publicar su última novela, pero lo que pocos
recuerdan es que su primera novela, escrita en colaboración del que fuera su amigo
entrañable, Leocadio Mejías, se publicó aquí y llevó el título de “Santa Lila de la Luna y Lola”, y la
firmaban ambos con el seudónimo de “Viki
y Kopolan”. Yo no recuerdo quién era entre ellos dos Viki y cuál Kopolan,
lo que sí tengo que decir es que aquella novelita, posiblemente olvidada por el
propio Pedro, hacía una magnífica descripción del desaparecido café Viena y del
propio Cáceres de aquel tiempo al que llamaban, posiblemente con razón, “Tristón del Tedio”. De entones acá “ha pasado por el molino del escritor mucho
agua”, pero las cosas tienen un principio y es justo lo recordemos.
Diario HOY, 14 de mayo de 1982
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