(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
No quiero que finalice el mes sin contarles una tradición cacereña ya
desaparecida: la de “los febreros”.
Ustedes habrán notado que entre los dichos de la gente vieja de la capital,
existe uno que llama la atención: “Ese es
más feo que un febrero”, suelen decir... ¿Pero quiénes eran esos febreros?,
pues aunque suele decirse por refrán eso de “Febrerillo el loco” o “Febrero
apedreó a su madre en el lavandero”, no hay relación con que Febrero sea
feo o guapo. No, amigos, eso de “los
febreros” era una tradición de las lavanderas cacereñas —gremio ya
desaparecido— y vamos a contársela.
Las máquinas lavadoras y la elevación del nivel de vida dieron abajo
con la profesión de lavanderas que ejercían muchas mujeres del pueblo cacereño,
haciendo la colada diaria a las casas más pudientes y formando verdaderos
clanes en los conocidos lavanderos cacereños de los que les sonarán los nombres
de “Jinche”, “Beltrán”, “La Pavilita” y
otros, en los que una o dos solían ser las líderes del lavandero. Hoy puede
pensarse que la “profesión” no era
muy productiva, pero debía serlo en aquel entonces, porque hasta de los pueblos
próximos, principalmente de Malpartida, solían venir diariamente andando las
lavanderas a recoger ropa sucia y traer ropa limpia.
Bien, dentro de ese panorama, por febrero, y no sé si relacionado con
el Carnaval, cada lavandero (que así se llamaban y no lavaderos) fabricaba dos
muñecos, lo más feos posibles, uno macho y otro hembra, que solían pasear por
las calles de Cáceres, montados en algún jumento, pidiendo a todo el mundo —en
medio de las lógicas bromas y cantos, en las que corría el aguardiente— algo
para la boda de los “febreros”, que
este era el nombre de los muñecos, “El
Febrero” y “La Febrera”. Durante
esta procesión cívica e informal se los iba insultando con cierta picaresca y
haciendo alusiones a la boda de los muñecos.
Tras haberlos paseado por Cáceres durante unos días, con lo que se
sacaba del “petitorio” se montaba una
merienda en la que volvía a correr el vino y las ocurrencias entre las
lavanderas, que terminaban, ya bien colocadas, quemándolos y más tarde, “llorándolos” por su prematuro fin.
Creemos que la tradición era auténticamente cacereña, porque no
tenemos conocimiento de que se hiciera en otros lugares o carnavales, pero
finalizó como finalizó el gremio de las lavanderas.
Diario HOY, 28 de febrero de 1982
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