(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
No sé si los cacereños somos tan dejados o tan ignorantes que llegamos
a conocer lo ajeno y a desconocer lo propio. Viene ello a cuento de la reciente
festividad de la Virgen de Guadalupe, Patrona de Extremadura, tan ligada en lo
antiguo a Cáceres y tan desligada hoy día. No vamos a entrar en el aspecto de
que este año —como tantos otros— no haya tenido un reflejo “oficialista” la fiesta en la capital,
sino más bien en otros aspectos más profundos de esto que a algunos puede
parecerles una nimiedad, una antigualla, pero que reflejan el olvido de
nuestras tradiciones y, como suele decirse, un pueblo que olvida su origen,
pierde su personalidad. Seguros estamos que muchos cacereños conocen la leyenda
piadosa mexicana del indio Juan Diego, que fue el “descubridor” de la Guadalupe mexicana, pero no la tradición y
personalidad del vaquero Gil Cordero, que fue el que descubrió e inició el
culto a la Guadalupe extremeña y que, no obstante era paisano nuestro, nacido y
criado en la popularísima calle de Caleros cacereña, así como la vinculación
que desde el principio el culto tuvo con el Ayuntamiento y clero cacereño, que
ahora, parece ser, se ha sacudido esta vinculación, más por ignorancia que por
mala fe. Se ha contado muchas veces, pero no está de más contarlo otra:
El vaquero cacereño Gil estaba pastoreando su ganado en las sierras de
Guadalupe y al tratar de desollar una vaca que se le había muerto —al hacer la
cruz con la navaja— se le apareció la imagen de Nuestra Señora, que le dijo que
enterrada allí había una imagen suya y que viniera al Cabildo y Ayuntamiento de
Cáceres a contar lo que había visto, para que la desenterraran. Como Gil le
dijo que no iban a creerle por ser persona humilde, ella le prometió un
milagro. El milagro se refleja en un cuadro que hay en la ermita del Vaquero de
Cáceres, y fue el siguiente: al llegar a la capital, en efecto, no se creyó al
vaquero, pero dándose el caso de que un hijo suyo había muerto atropellado por
un carruaje, y estaba de cuerpo presente, el vaquero —tras invocar a la Virgen—
le devolvió la vida. Entonces creyó el Cabildo cacereño, que se trasladó a las
Villuercas y desenterró la imagen, iniciándose el culto que llega a nuestros
días. Lo que muchos desconocen es que en la casa en que vivió Gil, en la calle
de Caleros, se le hizo otra ermita, que es la que aquí conocemos por “del Vaquero” y que el propio Gil, por
graciosa concesión de los reyes, fue llamado desde entonces don Gil, aunque
parece ser que siguió toda su vida pastoreando sus vacas.
Diario HOY, 9 de septiembre de 1981
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