Es diaria la denuncia que el vecindario de Cáceres viene haciendo del
excesivo ruido de algunos de lo pubs y bares que cierran tarde y no respetan el
bando del silencio ni el descanso de sus convecinos que viven en los
alrededores. Yo no sé si esto de las industrias “nocivas, insalubres y molestas” habría que tomárselo más en serio
antes de instalar estos sitios de “fastidio
del vecindario”, más que de convivencia de él, puesto que el bar —de la
modalidad que sea— está para complacer a los clientes, pero sin atentar contra
el vecindario de alrededor. Hay una legislación que obliga a la insonorización
de estos establecimientos, pero que por los resultados prácticos que estamos
comprobando no suele cumplirse, como hay
un bando de silencio de la alcaldía y unas normas del Ayuntamiento que obligan
a estos establecimientos a no molestar pero tampoco se cumplen, no sabemos si
por “blandenguería” del alcalde o por
cualquier otro motivo de cosas.
Hay un caso curiosísimo que se ha dado estos días atrás: a un
determinado bar, con fama de molesto, se le han precintado los aparatos
musicales porque, en efecto, los ponía a una altura excesiva; pues bien, el
pasado domingo hubo denuncias del vecindario de los mismos ruidos que,
comprobado por la policía, se debían a un vídeo musical que el dueño había
puesto a todo volumen. Si el dueño no está sordo —que a lo mejor es un defecto
personal suyo— habría que tomar una media más drástica o recomendarle que
se compre un “sono-tone” y, tras ponérselo, darle todos los decibelios a sus
aparatos, para que comprobara sobre sí las razones de los demás. El ruido es un
atentado no solo al descanso de los vecinos, sino a la contaminación ambiental
y lo que no se explica es que, en establecimientos que viven del público, esté
atentando continuamente al medio ambiente y a los oídos de la propia clientela.
Diario HOY, 4 de febrero de 1987
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