(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Ya nos hemos referido al pregón de “¡Trébol
pa los borregos!”, al que pudiéramos llamar un pregón de primavera, pero
había otros pregones de invierno como aquel de “¡Picón, ¿quién?!”, que tenía la modalidad de “¡Picón de encina y canutillo!”, ofreciendo el combustible que
entonces se consumía en los braseros de todas las casas cacereñas.
En contraposición, según la época, existía el de: “¡Sandías colorás, melones dulces! ¡A raja y cala!” Lo de la raja y
cala era porque las sandías, antes de comprarlas, el vendedor las rajaba con un
navaja para que viera su pulpa roja el comprador, y “la cala” era el hacer con la navaja un cuadradito en el melón para
sacarle una pequeña porción que se daba a prueba al comprador.
Hubo otros pregones que fueron famosos, como el que un humilde calero
que recorría las calles con su burrito lanzaba al ofrecer su producto: “¡Cal blanca y morena “pal jumero”!”,
agregando alguna cancioncilla con música
y letra que él solía inventarse y mezclando el pregón con la orden al
jumento de “¡Arre, burro!”, que era
como el punto final a la discusión del precio, cuando no entraba por el que le
ofrecía la compradora.
Muchos más se podrían recordar como el de los “hermanos Gallos”, que vendían patatas fritas, con su cestita, y
ahora son unos industriales de fuste, hasta con marca registrada: “¡Patatita frita, qué rica!”.
Diario HOY, 23 de marzo de 1982
Tin tirirín, tin tiririn... Se arreglan sartenes, paraguas, cacerolas, y pucheros de por-celana... El estañaoooorrr...
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